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¿Es inferior la mujer?

Estoy seguro de que a muchos les sonará escandalosa la lectura de ese título. Me apresuro de declarar que a mí también, pero no soy yo quien la hace, si bien nunca he comulgado en la hipótesis contraria, o sea, la presunta inferioridad del varón. En los últimos años hemos leído varias (en realidad muchas) veces, que la hembra de la especie es superior al macho, e incluso se han aportado pruebas "científicas" para demostrarlo. Producto de la mala conciencia, cuando no de una razón más vulgar. Ambas posturas contribuyen a la persistencia de los malos tratos de que son objeto no pocas féminas desde el principio de los tiempos. La fuerza bruta, tan esencial en los siglos balbucientes, todavía conserva un sustrato de vigencia. El músculo tiene su clientela y es lamentable que entre sus admiradores haya muchachas en flor o sin la flor y madres de familia.

Hete aquí que me tropiezo con un artículo del The New York Times-EL PAÍS (Sexo y cerebro, aún un enigma científico, 3-2-2005) en el que se nos da cuenta de la opinión de Lawrence H. Summers, rector de Harvard, y según la cual es probable que la menor capacidad de la mujer para las ciencias y las matemáticas sea una condición innata, independiente por lo tanto del entorno social. Es decir, que todavía estamos en ésas. Cierto que al rector le llovieron las críticas y tuvo que retractarse, pero "a muchos les quedó la duda". ¿Podría tener algo de razón? Es como si yo adujera que los daños que causa la nicotina están compensados por sus beneficios. ¿Podría tener algo de razón? Seguro que no y adoro los habanos.

Eso es lo peor, que la opinión del señor Summers, por lo que se deduce del citado artículo, no es un caso aislado. No siendo un beato de la ciencia, opino que ésta, ante temas socialmente muy sensibles, debe abstenerse de hipótesis susceptibles de producir un hondo malestar social. En realidad, a ciertas verdades incontrovertiblemente probadas en el secreto del laboratorio, debería aplicárseles el juramento de Hipócrates, que en el caso que nos ocupa sería el silencio. Carpetazo y archivo. Nuestra ciencia es producto de la democracia griega (no hubo ciencia propiamente dicha ni en China ni en Egipto, como no hubo democracia) y me atrae la idea de que los griegos supieron contener la aplicación práctica de sus conocimientos en el punto en que éstos pudieran provocar una subversión social que hubiera podido destruir a Grecia. No estoy con ello opinando que deberíamos destruir y enterrar en el olvido ciertos hallazgos científicos y tecnológicos a causa de su peligrosidad social, como pedía Samuel Butler en el siglo XIX. Además, eso no sería ya posible, pues la sed de conocimiento sí es innata en la especie y nada que se descubra permanecerá oculto eternamente. "Lo que puede ser hecho será hecho", reza la ley de Newmann, pero esperemos que no todo lo hecho sea utilizado. Eso no obsta para que se produzca un aplazamiento en la difusión y uso de ciertos conocimientos cuya actualización inmediata quebraría la armonía social. Como por ejemplo, la triste aceptación de la idea de que la mujer es inferior al hombre. Sólo la democracia puede echar y soltar las riendas y no siempre.

Difundir, no ya la verdad incontrovertible, sino la mera hipótesis de que la mujer es inferior al hombre, es una obscena irresponsabilidad. Tanto más cuanto que la hipótesis tiene tantos visos de verosimilitud como que inhalar nicotina es saludable. Afirmar que entre ambos sexos existen diferencias neurológicas y hormonales, no conduce a conclusión alguna de tipo social y se sabía antes de que Freud descubriera la pólvora cuando dijo que "naturaleza es destino". Hasta cierto punto, claro. La morfología de ambos sexos, siendo distinta, algo influirá en la percepción de las cosas, pero del significado de las diferencias orgánicas en la vida intelectual, nadie sabe nada. Que la sexualidad humana no es experimentada del mismo modo por el hombre que por la mujer y que ello sea debido a la diferencia de los órganos reproductivos no autoriza a deducir una superioridad de un sexo sobre el otro. Tampoco se sabe nada sobre las diferencias cerebrales entre los sexos, es decir, de su traducción en la práctica. "Una diferencia en la forma no implica necesariamente una diferencia en la función". Pruebas matemáticas realizadas con adolescentes a escala internacional no han producido resultados concluyentes en cuanto a la presunta superioridad de los chicos para las matemáticas.

Pero la polémica sigue, para nuestro asombro. Y es que existe la creencia de que en los países de vanguardia la mujer hace muchos decenios que asiste a la Universidad y, por lo tanto, ha tenido tiempo más que sobrado para demostrar que su capacidad para las ciencias y las matemáticas es la misma que la de los hombres. Y no lo han hecho. Ergo. Pues no.

Hay todavía muchas trabas, obvias y más sutiles, que invalidan todo juicio adverso a la capacidad de la mujer. Trabas que todas ellas se incluyen el concepto "cambio social". Un sexo puede poseer cualidades que en el otro están atrofiadas por falta de uso. Y a la inversa; pues existen cambios sociales de tan largo alcance histórico que llegan a percibirse como "naturaleza". Eso no se disuelve ni en un día ni en un siglo. En Aristóteles, la mujer de la familia estaba muy poco por encima del esclavo. Con los romanos, el marido podía disponer de la vida de la esposa. Para el cristianismo la mujer era la tentación, al tiempo que le negaba a la esposa el placer sexual. La profesora Megan Urry cita un estudio reciente en el que 360 individuos, hombres y mujeres a partes iguales, corrigieron exámenes de matemáticas. A iguales respuestas, los alumnos recibieron mejores notas que las alumnas. Detalle sutil que muestra el magnetismo ancestral del mero nombre de varón. Ser hombre equivale a ser más inteligente. Aristóteles aún colea.

Se pregunta Shere Hite: "¿Por qué los hombres de hoy pegan a las mujeres?". Creo poder darle la respuesta: "Porque siempre lo han hecho, señora". Antaño pegaban más, pero este cambio lleva paso de tortuga.

Manuel LLoris es doctor en Filosofía y Letras.

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