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Columna
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La atracción de la ruptura

Es tiempo de rupturas. En Madrid, el PP anuncia su ruptura con el Gobierno, y su consiguiente negativa a formar una comisión mixta para estudiar las reformas asociadas al diseño territorial del Estado. En Cataluña se anuncia la ruptura del tan envidiado consenso para la reforma del Estatuto, tras el vergonzoso y lamentable episodio vivido en su Parlamento la semana pasada. Aquí, en el paisito, desde la coalición ahora gobernante se adelanta ya la ruptura de cualquier hipotético intento de consenso tras las elecciones , señalando que "nada de folios en blanco".

Uno podría llegar a entender un no acercamiento de posiciones, o la manifestación pública de la dificultad para llegar a acuerdos después de buscarlos. Pero lo que se nos presenta estos días no es eso, sino la decisión, con toda la pompa y publicidad posibles, de romper cualquier lazo con el adversario. Parece que todo el mundo se ha puesto de acuerdo en romper relaciones o, al menos, de escenificar esa ruptura, lo que, en términos políticos, tiene a veces el mismo significado. Da la impresión de que, cuando se está en presencia de temas complicados y más necesario se hace el acuerdo, la opción de romper y mandarlo todo a hacer puñetas se presenta como la alternativa más sencilla.

Pareciera que, cuanto más importante es la búsqueda de aproximaciones, proliferan más los expertos en voladuras de puentes ¿Será producto del miedo a devanarse los sesos buscando acuerdos que puedan generar incertidumbre en las propias filas y comprometer hipotéticas adhesiones inquebrantables? ¿Para qué hacer pedagogía política, si resulta mucho más fácil difundir mensajes gruesos que sirvan para cerrar filas? A fin de cuentas, ya dijo Rabindranath Tagore aquello de que "no es tarea fácil dirigir a las personas, mientras que empujarlas es muy sencillo".

La duda que uno se plantea es si algunos de los dirigentes políticos que tenemos son conscientes de las consecuencias de sus actos y declaraciones; en qué medida valoran los beneficios o problemas sociales que pueden generarse a medio plazo como resultado de sus decisiones presentes; hasta dónde se han parado a analizar el recorrido que desean realizar, o sólo tratan de sortear mejor la siguiente curva del camino; hasta qué punto empujan a la gente en una dirección sabiendo que, a lo mejor, o a lo peor, el empujón conduce al precipicio. Romper es muy sencillo, e incluso puede proporcionar una gran satisfacción a corto plazo. Sin embargo, es bien sabido que recomponer lo roto es mucho más difícil, y requiere mucho más tiempo que el empleado en la ruptura.

Pareciera que, a pesar del frío que nos vemos obligados a soportar estos días, a muchos políticos les apetece echarse al monte. Parecen querer huir del debate, de la confrontación rigurosa, de los problemas que tiene la sociedad, y para cuya solución han sido teóricamente elegidos o designados. Y se van al monte, a sus cuarteles de invierno, a buscar el calor de los suyos, anunciando rupturas a bombo y platillo, y renunciando a buscar los acuerdos necesarios para ir encauzando de manera positiva los problemas. Incluso aunque sus rupturas corran el peligro de trasladarse a la propia sociedad.

¿Incapacidad? ¿Comodidad? ¿Búsqueda del poder por el poder? Pueden ser cualquiera de las tres cosas, o las tres al mismo tiempo. Pero lo cierto es que algunos políticos parecen empeñados en dar la razón a Groucho Marx cuando escribió aquella célebre frase: "La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso, y aplicar después los remedios equivocados".

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