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El verdadero tren del cambio de la Politécnica

En la excelente aunque árida obra Sobre los deberes escribe Cicerón con notable tino lo que más de dos mil años después está vigente. Tres son los motivos por los que los hombres no cumplen con el deber de defender lo justo. En primer lugar porque no quieren buscarse enemistades, fatigas o gastos. En segundo lugar por negligencia, pereza o flojedad. Y por último, hecho determinante en la Politécnica, porque los atan sus estudios predilectos o sus ocupaciones. Estas razones, que no otras, explican por qué muchos votantes de la UPV vienen adoptando una actitud pasiva. Y sólo ante la indiscreta pregunta de alguna de las partes, les prometen un voto que ya previamente habrán prometido a quienes se les oponen. Inexplicable en un ámbito académico que debiera presidir la libertad de pensamiento, el rigor y la ausencia de todo resquemor. Pero la historia reciente, lo sabe bien el electorado, aconseja prudencia.

Asistimos, pues, a una campaña fría, como la climatología que nos viene acompañando. Y ello pese a enfrentarnos a las elecciones más importantes de nuestra joven Universidad. No en vano van a marcar el después de un Rector que la gobernó durante diecinueve años, longevidad digna de un Guinness. Porque fue en el ya lejano año 1986 cuando un joven Nieto, lleno de ideas y de ambición universitaria, gana sus primeras elecciones. Con imaginación, no exenta de riesgo, a la sazón se apoyó a cuantos trabajaban, proceder que propició el espectacular despegue de la Politécnica. Tanto que buena parte de las acciones que entonces se adoptaron sirvieron de ejemplo a muchas otras universidades del Estado. Aquella primera excelente legislatura sería seguida de otras dos merecedoras de pareja calificación. Candidato único, sintió el apoyo de toda la Universidad y, no debiéndole el cargo a nadie, mantuvo en su diario quehacer la frescura inicial.

Fue su cuarta legislatura la que vio un punto de inflexión. Quienes se creyeron sus delfines comenzaron a estar cansados de esperar una retirada que, aunque anunciada por Nieto, no acababa de llegar. Fue el caldo de cultivo de la rebelión que ya hacia el final de aquel mandato consumaban sus vicerrectores, rebelión que les acarreó, en medio de un notable revuelo, una destitución que a la postre decidiría las elecciones. Los "rebeldes", ayudados por un activo colectivo de profesores que por lo visto después sí estaban por el cambio, a punto están de mandar a Nieto a la oposición en su quinta comparecencia electoral. Le salva la campana tañida por otro colectivo de profesores que, haciendo bueno el refrán de que a río revuelto ganancia de pescadores, habían tendido en su entorno un tupido y complejo tejido de intereses. Una nueva embestida, de ello hace un año, con similares resultados y protagonistas, vio la última elección a la que Nieto concurre.

Conviene recordar estos hechos no por quien presidió la Politécnica durante diecinueve años (ello ya es historia) sino por quiénes se le rebelaron y quiénes le apoyaron. Lo que son las cosas. Estos dos colectivos antaño irreconciliables han convergido fácilmente, aclarando de manera definitiva quienes tenían interés por renovar la Universidad y quienes escondían en este discurso un irreprimible deseo de acceder al poder. Porque ¿cómo si no entender una candidatura que agrupa a quienes desde dentro del entorno de Nieto se le rebelan con quienes posibilitaron que, por los pelos, ganase sus dos últimas elecciones? Desde la distancia en el tiempo resulta esperpéntica la similitud que con el Adolfo Suárez de la transición los "rebeldes" reclamaban.

Para conformar esa candidatura de intereses creados, esta UTI (Unión Temporal de Intereses) vendida eufemísticamente como la candidatura del consenso muchos han sido quienes han debido decir digo donde antes decían diego confirmando, una vez más, lo que ya Cervantes puso en boca de Don Quijote: "Bien debía yo de saber, por luengas experiencias, que no hay villano que guarde palabra que diere, si él ve que no le está bien guardalla". ("Villano: 1. adj. Vecino o habitador del estado llano en una villa o aldea, a distinción de noble o hidalgo. Ú.t.c.s." RAE). A mí, como a Don Quijote, luengas experiencias también me hacen saber que no corro riesgo alguno si me apuesto con quien se me ponga a tiro un café con este envite. Si la UTI gana veremos su fragmentación antes de alcanzar el ecuador de la legislatura. El pastel a repartir es menor al de antaño (ni habrán fondos europeos ni el plan de financiación será el que fue), mientras el número de comensales en torno a la mesa habrá aumentado de manera notable. Y claro, con tanta gente en torno a la mesa, a quienes siguiendo el consejo de Cicerón cumplimos nuestros deberes, no nos quedarán ni las migas.

Por el contrario a la candidatura de la renovación, además de gente joven libre de hipotecas del pasado, han ido a parar de modo natural (Dios los cría y ellos se juntan) quienes siempre han estado por el cambio. Me refiero al amplio colectivo de profesores que, con su apoyo y trabajo, hicieron que la "rebelión" de los vicerrectores a punto estuviese de prosperar. Hoy sienten una mezcla de rabia (fueron utilizados) y de alegría (ya están en su hábitat natural). Y como no hay mal que por bien no venga, el panorama electoral que hoy tenemos es diáfano, nada que ver con el de las dos elecciones precedentes. A ellos sólo un ruego les haré si, como deseo y espero, ganan. Que con borrón y cuenta nueva seamos todos (les hayamos votado o no) tratados por igual. Un ruego que, conociéndoles, estoy seguro cumplirán.

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La Politécnica debe cerrar una larga etapa que, vista en perspectiva y juzgada en su totalidad, ha tenido más luces que sombras. Pero esa etapa ya se fue. De ahí la trascendencia de las próximas elecciones. Si gana la candidatura continuista y a la vista de la trayectoria de quienes la avalan (por sus hechos los conoceréis) sólo heredaremos las sombras, que no las luces, del pasado. Unas sombras que pueden acabar en oscuridad total. A mí, y a título personal, poco me importa, pues mi equipaje es ligero. Pero la UPV, la institución a la que con pasión he dedicado los mejores años de mi vida, merece mejor suerte. Por ello, en la hora de la verdad debemos apostar, esta vez sí, por el verdadero cambio. Al menos yo, porque ése es mi deber, así lo haré.

Enrique Cabrera es catedrático de Mecánica de Fluidos de la Politécnica de Valencia.

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