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Europa

Saliendo de votar la Constitución europea, una periodista extranjera me aborda a pie de urna, como se suele decir de un modo harto siniestro. ¿Qué opino de la Constitución, de la votación, de Europa? Entre no sabe y no contesta y no sabe, pero contesta como si supiera, opto por lo segundo para no dejar a la periodista con un palmo de narices. La Constitución me parece una birria; la votación, un acto más estratégico que político. En cuanto a Europa, siento defraudarla, pero me trae sin cuidado. ¿España no es parte de Europa? Bueno, geográficamente, sí. Pero poco más. Con la Contrarreforma se quedó fuera y echó la balda. Luego el tiempo fue haciendo su labor. España se dedicó a su imperio de ultramar y, cuando se le acabó este momio, al Rif y a sus guerras internas. Europa, a las suyas. Ni siquiera la breve aventura napoleónica, que sirvió para diseñar la Europa moderna, incluida Rusia, cambió el panorama. Al contrario. España luchó contra Napoleón al otro extremo del continente, en una guerra sucia, sin estandartes ni uniformes, con boinas, bandurrias y la Pilarica. Ser el primo pobre y un poco el tonto del pueblo nos libró de las dos guerras mundiales. Luego, bienvenido mister Marshall y para de contar.

Durante los años opacos del franquismo, Europa, para los hombres de mi generación, era una fantasía hecha de libertad y abundancia. Mientras nosotros nos moríamos de asco, al otro lado de los Pirineos todo el mundo tenía un coche estupendo, una novia servicial y un carnet del partido comunista. Cuando finalmente tuvimos las tres cosas, nos dimos cuenta de que no sabíamos qué hacer con ellas. Ahora nos da un poco igual. Es probable que haya una generación nueva para la que Europa sea simplemente un lugar de estudio, un mercado laboral, una opción más. Con esta esperanza he votado que sí a una Constitución que me parece, con todos los respetos, bacalao seco. Así se lo hice constar a la periodista extranjera a pie de urna. Entonces, ¿por qué había ido a votar? Porque todavía me conmueve votar con la gente de mi barrio un domingo soleado por la mañana; y porque una desconfianza última me lleva a pensar que si luego las cosas se tuercen por culpa de quien sea, me quedará el consuelo de saber que yo he cumplido.

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