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Columna
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Rosa roja

Como Rosa Aguilar es una veterana militante de las diferentes organizaciones comunistas sabe de sobra el aroma que tiene todo el proceso puesto en marcha por su organización. Las coincidencias con otros anteriores en España son asombrosas, desde Semprún a López Garrido. Empieza el asunto cuando uno desarrolla la mala costumbre de pensar por sí mismo y de actuar en función de los intereses de los ciudadanos y no de los de la organización, el sacrosanto aparato, que por mucho que parezca un tópico, existe. Sigue con algunos roces públicos y con un proceso inquisitorial en la organización cuya crudeza nunca sale por completo a la luz. Los dirigentes, aunque tengan aire juvenil y ofrezcan un teórico mensaje de renovación, actúan siempre igual que el ínclito Enrique Centella. Los más bravos guerreros de la fiel militancia comunista empezarán a decir las barbaridades que han escuchado en tono bajo a sus dirigentes. El aquelarre ha comenzado y si Gaspar Llamazares no lo remedia, que me malicio que no va a poder, todo terminará con Aguilar fuera de IU en medio de un aluvión de insultos. Ya se sabe cómo son las irredentas bases, sedientas siempre de sangre, deseosas de una nueva purga purificadora. En el estilo joseantoniano de Julio Anguita y en la tradición estalinista está la fanática coherencia que ellos mismos dicen representar, llámese dos orillas o voto inteligente. También en la estricta observancia de las decisiones de los órganos de dirección, que como todo el mundo sabe, nunca se equivocan, que para eso son el intelectual orgánico colectivo. Aparte de que las bases siempre tienen la razón aunque en un breve periodo de tiempo digan una cosa y su contraria, según ha interesado al aparatchik de turno, en apoyo de Frutos, de Llamazares, otra vez de Frutos y vuelta a empezar. Las bases son así.

Si Rosa es una buena alcaldesa, da igual. Si es un símbolo para IU, si fue una magnífica portavoz parlamentaria, si ocupa un puesto relevante en la organización, no importa. Ya antes se cargaron a Herminio Trigo porque el hombre tenía la debilidad pequeñoburguesa de pensar por sí mismo y lo que es más grave, de expresarlo. Así que a Rosa le espera el calvario del camino hacia la expulsión o el propio abandono cuando ya no pueda soportar más presión. La historia se repite, que dijo el viejo Carlos Marx.

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