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Crónica:FÚTBOL | 25ª jornada de Liga
Crónica
Texto informativo con interpretación

El desastre anual en Riazor

El Deportivo cumple la tradición y tumba con enorme facilidad a un Madrid inofensivo

Xosé Hermida

Como cada temporada, el Madrid acudió puntualmente a su cita con el desastre en Riazor. La visita anual al estadio coruñés supone para el Madrid como el lúgubre tránsito del animalillo que es llevado al matadero sin que pueda hacer algo por rebelarse. Nada cambió anoche. Riazor vivió el partido de toda la vida entre el Depor y el Madrid. El grupo de Irureta olvidó sus achaques, compareció con la euforia que le acomete en estas ocasiones y resolvió la papeleta en menos de un cuarto de hora. El resto de la noche quedó para que el público festejase su romería anual, mientras el Madrid se limitaba a mantener el decoro y a minimizar el tamaño del desastre.

Veinticinco segundos tardó el Depor en generar la primera ocasión ante Casillas. Sólo veinticinco segundos bastaron para destapar la defensa del Madrid y para que a todos se les pusiese ese rostro desencajado que ya forma parte de la rutina de sus visitas a Riazor. Se sacó de centro, el Depor empitonó, el Madrid descubrió un claro en el área y Víctor remató alto. Desde ese momento quedó claro que la historia no iba a cambiar para el Madrid. Otra vez más le esperaba junto al Atlántico una noche de galerna, mareos, hombres arrojados al agua.

DEPORTIVO 2 - REAL MADRID 0

Deportivo: Munúa; Manuel Pablo, Andrade, Coloccini (Romero, m. 77), Capdevila; Mauro Silva (Scaloni, m. 53), Sergio; Víctor, Valerón, Luque (Fran, m. 73); Tristán.

Real Madrid: Casillas; Raúl Bravo (Palencia, m. 57), Pavón, Samuel, Roberto Carlos; Beckham, Gravesen, Zidane (Solari, m. 27); Figo; Owen y Portillo (Celades, m. 73).

Goles: 1-0. M. 7. Luque remata en el primer palo.

2-0. M. 12. Cuelga Víctor desde la derecha y Pavón al despejar marca en propia puerta.

Árbitro: Losantos Omar. Mostró tarjeta amarilla a Gravesen, Andrade, Víctor y Samuel.

33.000 espectadores en el campo de Riazor.

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Es indiferente que el Depor se encuentre bien, mal o regular. Da igual que el deportivismo ande eufórico o alicaído. Cada visita del Madrid crea un corriente de sobrexcitación entre el césped y la grada que propulsa al Depor. En esas circunstancias, cualquier jugador es capaz de elevarse sobre sus miserias. Nada más elocuente para demostrarlo que el partido de Víctor, desparecido desde el principio de campaña y una fuerza desatada contra su ex equipo, que robó balones en el centro, percutió por la banda, apareció por el centro y metió delicadas vaselinas al área. También vale el ejemplo de Mauro Silva, el hombre que, en 14 años, nunca ha perdido con el Madrid en Riazor. Llevaba un mes sin jugar, con sus últimas fuerzas exprimidas al máximo y salió de titular por la lesión de Duscher. Irureta hasta se pudo permitir concederle descanso con el choque medio resuelto. Era el último partido de Mauro contra el Madrid, y el brasileño, sobreponiéndose a todo, dejó por momentos la impronta del gran mariscal que fue.

El Depor fue el de siempre en esta clase de partidos, resuelto, profundo y concentrado en la faena. Respetuoso con los antecedentes, golpeó muy pronto, encontró la fortuna en instantes decisivos y protagonizó algunas escenas muy poco frecuentes el resto del año. En quince minutos, el Madrid ya había encajado dos goles. El primero tuvo una ejecución hermosa pero extraña, con Sergio entrando por la banda y Luque cabeceando a la red. El segundo engrosó la lista de los fenómenos paranormales que suelen acompañar las calamidades madridistas en Riazor. Tristán intentó sorprender a Casillas con una vaselina desde el borde del área y la bola negra le tocó a Pavón, que al intentar despejar peinó hacia su portería. Malaventura para el chico, que llevaba tanto tiempo sin una ocasión como la de anoche en el equipo titular.

Y de ese modo tan contundente, fugaz y hasta con ciertos detalles rocambolescos quedaron firmemente apuntalados los cimientos para el eterno desastre del Madrid. El resto del partido fue sólo un lamento por la impotencia blanca. El Depor tiene tan metabolizado el plan para este tipo de partidos que sólo necesitó dejarse guiar por el instinto. Se agrupó en su campo, cedió la pelota al Madrid y disfrutó del paisaje a la espera de que llegase el contragolpe para apuntillar. El Madrid tuvo el balón todo lo que quiso y nunca encontró el modo de escapar a la intrascendencia de su fútbol. Se limitó a rumiar el partido con aire burocrático. Nunca tuvo la menor convicción en la posibilidad de torcer su destino inesquivable en Riazor y se limitó a jugar al pie como esperando a que a alguien le cayese del cielo la inspiración. Es más, por momentos pareció un desbarajuste, con Beckham, Figo, Zidane y hasta Raúl Bravo amontonándose en el centro mientras los costados eran un inmenso erial. El portugués, al menos, inquietó en un par de ocasiones en la primera parte, con un remate lejano y una preciosa vaselina corta al interior del área que Portillo envió por encima del larguero. Portillo y Owen salieron del partido más envueltos todavía en la sospecha. Ninguno de los dos es casi nada fuera del área. Y entre sus propias carencias y la falta de algún pase un poco imaginativo de la gente que tenían por detrás, su paso por Riazor constituyó un fracaso perfectamente anunciado. Como el Zidane, que se retiró a la media hora lesionado, un jalón más en la cíclica secuencia de calamidades que siempre aquejan al Madrid en Riazor.

Owen intenta controlar el balón, obstaculizado por Mauro Silva.
Owen intenta controlar el balón, obstaculizado por Mauro Silva.ASSOCIATED PRESS

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Sobre la firma

Xosé Hermida
Es corresponsal parlamentario de EL PAÍS. Anteriormente ejerció como redactor jefe de España y delegado en Brasil y Galicia. Ha pasado también por las secciones de Deportes, Reportajes y El País Semanal. Sus primeros trabajos fueron en el diario El Correo Gallego y en la emisora Radio Galega.
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