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Columna
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El cuerpo

Somos forasteros en nuestro propio cuerpo. Leo a Sydney Brenner, biólogo, premio Nobel de Medicina en el 2002, y me siento como el Gran Khan cuando Marco Polo le describía un fabuloso continente ignoto: el suyo. El pobre tipo no conocía las tierras sobre las que mandaba. Cada día se producen aquí, en este lugar llamado cuerpo, cien mil millones de defunciones de células. Y cada día nacen otras tantas. También se mueren al día tres mil neuronas, que son las células que van en caravana con los recuerdos y cosas así. Pero no sabemos ni despedirnos de nuestras neuronas. Trabajamos con nuestro cuerpo. Lo abandonamos en un sofá, pasamos a recogerlo, corremos para ponerlo a punto, pero en realidad lo acompañamos, procurando no perder el paso. Hay gente a la que ves haciendo footing por el paseo marítimo y que lleva el aire desencajado de un cuerpo que se ha perdido.

Es increíble lo que sucede en 24 horas en nuestro territorio. Somos 100 billones de células. Yo no sabía que llevaba tanta gente dentro. Nunca he hecho un reportaje por esa zona oculta. Se ha muerto esta semana Hunter S. Thompson, el más piel roja de la revista Rolling Stone, el periodista que era capaz de penetrar al tiempo como un hurón psicodélico en los pasadizos de la consciencia y en las madrigueras del poder. De jóvenes, todos queríamos escribir algo parecido a Miedo y asco en Las Vegas. Pero hay que tener muchas agallas. No para desnudar el capitalismo más tintineante, que también, sino para adentrarse por la ruta de los moteles del alma. Para visitar a nuestras neuronas. Dicen que, para morir, Hunter se abrió un hueco con un disparo de pistola. Ahora sí que comprendo al Narciso clásico, su obsesión con la imagen en la fuente secreta. Quería conocer a sus neuronas, el paisaje interior, toda esa misteriosa población que nos habita. Hay en el cuerpo junglas, zonas de montaña, extrarradios, callejones sin salida, ruinas, chabolas con goteras, ciudades populosas, tal vez adosados y, desde luego, alguna cárcel. ¿Cómo se mueren y nacen cien mil millones de células al día? Aun siendo multitud, supongo que cada una se extingue y brota a su manera. Me gustaría imaginar que se ponen de acuerdo para nacer y morir como silenciosos copos de nieve en una redoma de cristal.

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