¿Puede ser Patxi López 'lehendakari'?
Dicho así, la verdad es que lo tiene muy difícil. Pero esa remota posibilidad es una de las variables que están hoy presentes en el tablero político vasco. Euskadi y su gente se encuentran en una encrucijada enormemente interesante. El PNV, tras 25 años de respeto a las reglas de juego democráticas, decide radicalizarse hasta el extremo de que de tanto tensar la cuerda se le puede romper en la mano y montarse aquí un follón sin perspectivas de solución sencillas. Parece obvio que no va a cambiar de planteamientos si le acompañan los resultados electorales. Estamos en la etapa del final de ETA, y el PNV, en disputa de esa bolsa electoral, ha decidido -desde Lizarra- arrasar con todas las diferencias en el campo nacionalista, reduciendo al resto de formaciones a meros apéndices de su estrategia.
Difícil lo tiene, la verdad. Tan difícil como lo tenía Rodríguez Zapatero al enfrentarse a la última época del período Aznar
Y esto, que muchos consideran una marcha triunfal del PNV en la redefinición del nacionalismo vasco, hacia la plena hegemonía, puede, paradójicamente, convertirse en un elemento clave de su derrota: porque ha abandonado la posición central en el país, la posición que muchos vascos -no nacionalistas incluidos- le han otorgado durante las últimas décadas para organizar y articular a una ciudadanía diferente, plural en ideología, sentimientos y tradiciones culturales. El PNV, Ibarretxe, el Gobierno vasco son hoy sólo para los nacionalistas: son de ellos, han realizado lo que los juristas llamarían una "apropiación indebida". Y esa pérdida de centralidad abre la puerta a una perspectiva en la que el PNV y sus pequeños satélites tengan que chupar banquillo, dejar de llevar las riendas del país.
Esta es la auténtica novedad en la actual situación política vasca. Efectivamente, en la transición siempre consideramos con la mejor buena fe que sin la participación, e incluso la dirección, del PNV no había soluciones. Estamos en otra fase. Si el PNV se sale de los marcos del consenso en que hemos establecido nuestra precaria convivencia, que nadie tenga miedo a decirle: nuestro voto es para proclamar "hasta aquí hemos llegado", has defraudado la confianza de muchos miles de vascos que te otorgaron el apoyo para dirigir Euskadi. Nuestro país es una sociedad plural y no se puede construir desde uno de sus márgenes.
El ejemplo más evidente de la rotura del consenso es el tema etarra. Si su liquidación se plantea como un refuerzo del nacionalismo soberanista, además del evidente escarnio para las víctimas, asistiremos a una perversión de la democracia, que vería cómo el terrorismo sirve para obtener réditos políticos. La forma en que se produzca la liquidación de ETA será decisiva en nuestro futuro inmediato. El PNV en un extremo, ETA boqueando y dando zarpazos, observada atentamente por muchos intereses contrapuestos... No me negarán que la situación es profundamente interesante.
¿Y qué pintan Patxi López y el PSE-EE en todo esto? Pues, por fortuna, tienen la oportunidad de ofrecer un recambio, de reforzar la confianza en la democracia por parte de la ciudadanía vasca. Es una oportunidad de oro para reconstruir los consensos, para hacer política para la mayoría, desde aquí y para aquí. Política para los vascos, política vasquista que, sin caer en ningún tipo de tentación españolista, sabe apreciar profundamente el valor de la democracia española y su influencia decisiva en nuestra capacidad para ser libres. Para ello Patxi López y su equipo tienen que ser más maragallianos, menos pepebonos y rodriguezibarras. Hay que creerse Euskadi con todas sus consecuencias. Ahí es donde pueden desempolvarse las antiguas propuestas de Euskadiko Ezkerra que hoy tienen plena cabida en la superación de las raíces culturales, que se convierten en fosos de batalla enfrentados en vez de ser lugares de encuentro y de enriquecimiento mutuo.
Llegados a este punto, cualquiera se preguntará: vale, hay motivos políticos. El PSE puede aspirar a ocupar la posición central en Euskadi, hay un gran espacio a ocupar. ¿Pero de dónde le van a llegar a Patxi López los votos para ello? Difícil lo tiene, la verdad. Tan difícil, al menos, como lo tenía Rodríguez Zapatero, cuando comenzó su campaña enfrentándose a la última época del período Aznar. Muy difícil, porque el PSE no ha pretendido hasta ahora ganar al PNV, sino secundarle en la política y en la gestión. Pero posible, números en mano, votos en urna, si se cumplen estas tres condiciones:
-Que el PSE-EE movilice a sus votantes del 14 de marzo de 2004. Que ese número importante de votantes socialistas (entre 50.000 y 100.000) que no vota en las autonómicas, que pasa de ellas, se sientan de una puñetera vez, protagonistas de su ciudadanía vasca. Que digan "Euskadi es mía, Euskadi es mi país". Patxi López debe aspirar a que ningún voto de Zapatero se le escape. Tiene que creerse que es capaz de lograrlo.
-Reagrupar el voto de la izquierda vasca, la izquierda democrática, que tantos tumbos ha dado desde las primeras elecciones en 1977. Tras 25 años de PNV está desarbolada, descentrada, buscando su ubicación. Y dentro de esa izquierda el PSE-EE debe buscar el respaldo de unas docenas de miles de votantes del grupo de Madrazo, el ejemplo más cercano de cómo el poder -si bien escaso- puede justificar cualquier oportunismo. Es el ejemplo de cómo los nacionalistas te aprecian, te quieren, te arropan..., si te pasas a su bando. En EB no hay ideas ni estrategia, sólo mantenerse arriba. El PSE puede, de nuevo, ofrecer dignidad a la izquierda vasca.
-Dar también su amparo, su acogida política, a todos los autonomistas que hoy están incómodos con la deriva soberanista del PNV. De todas esas personas que desde el nacionalismo democrático han confiado en la capacidad de su partido para hacer una política democrática, para un país plural. Gente que está atónita ante la inutilidad del viraje de Ibarretxe y que aspira a que los dirigentes de nuestro país estén a la altura de las circunstancias.
Se me dirá que pretender obtener votos y respaldos tan variados es muy complicado. Cierto. Pero quien aspira a ocupar la centralidad de la política vasca debe lograr atraerse un público muy diverso, unido por su adhesión a las aspiraciones de democracia y autogobierno, y unido también por el rechazo a la imposición y la discriminación.
Roberto Lertxundi es médico y miembro de Aldaketa-Cambio por Euskadi.
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