Caligrafía íntima
Una de las cosas que ha conseguido esta temporada el ciclo Liceo de Cámara es que sus estrenos se esperen con un interés especial y hasta los aficionados menos proclives a lo contemporáneo los vean como cuestión de justicia, tal vez porque van en programas de interés, flanqueados por el repertorio más conspicuo y tocados por conjuntos de prestigio. El tercer y último de esos estrenos, Arquitecturas de la memoria, es ya el séptimo de los cuartetos escritos por José María Sánchez Verdú (Algeciras, 1968), uno de los mejores compositores de su generación aquí y fuera de aquí, muestra evidente del buen momento creador de la música española en general y suyo en particular. El estilo del autor suele apelar a una tradición cultural amplia y abierta, y su elegancia creadora tiene que ver, en otro ámbito, con la de su admirado Pablo Palazuelo. Arquitecturas de la memoria, dice Sánchez Verdú, remite a la caligrafía como trasunto de la actualización del recuerdo. Pintura, memoria, sí, pero, desde luego y sobre todo, música. Una música de una delicadeza tan extrema como su contenido, que se mueve en los límites más suaves de la dinámica, que requiere igual concentración en oyente e intérpretes y que acaba por desarrollar una suerte de escritura como en el agua, íntima y cercana, de una belleza impecable. Música, en fin, que necesita de un silencio absoluto que, por desgracia, no se observó.
Liceo de Cámara
Cuarteto Belcea. Manuel Barrueco, guitarra. Obras de Boccherini, Walton y Sánchez Verdú. Madrid. Auditorio Nacional, 24 de febrero.
Para abrir y cerrar el concierto, el Cuarteto Belcea y Manuel Barrueco ofrecieron dos quintetos de Luigi Boccherini, el G451 y el conocido como Del fandango. Es una música llena de gracia, por qué no decirlo, goyesca, de ese Goya capaz de convivir con la costumbre y el horror, pero también con su punto de audacia y de una finura traicionera. A los chicos del Belcea les falta seguramente familiarizarse un poco más con ella, advertir del todo que no es nada fácil y que no se parece a ninguna. Pero en general lo hicieron bien, con un empuje propio de esa juventud que cuando se les pase del todo les llevará a una madurez que ya anuncian. Y ojalá no pierdan nunca esa espontaneidad que les caracteriza y que ejemplifica su segundo violín, un rabo de lagartija.
Con ellos estaba Manuel Barrueco, el gran guitarrista cubano, poseedor de un sonido precioso, limpísimo en la ejecución y poseedor de un grado de virtuosismo que luce con una apabullante naturalidad. Fue elemento fundamental en el buen resultado en Boccherini -incluida la propina de la Ritirata notturna di Madrid-, pero la versión que hizo de las deliciosas Cinco bagatelas de William Walton fue de verdadero ensueño.
Babelia
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