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Columna
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Loca academia de policía

Como homenaje al fallecido escritor Miquel Bauçà, se organizó una lectura de textos suyos en el Palau Moja, de Barcelona. Los lectores escogimos los fragmentos que nos gustaban y los leímos como quisimos o como pudimos. El caso es que un gran número de textos hicieron reír a la concurrencia, cosa bastante previsible. (Hace unos años, me introduje en la obra de Bauçà porque oí decir al crítico Ponç Puigdevall, de este diario, que el escritor le hacía reír).

Pero esto está muy mal. En un artículo publicado el pasado jueves, que lleva por título Dos morts y un funeral, el poeta Sam Abrams se queja de nuestras risas. Les traduzco: "Había escritores que sintieron la necesidad imperiosa de convertir la poesía de Bauçà en una bromita delante de la cual se podía reír". Y añade: "Estos lectores-escritores que iban diciendo las bromitas y algunos miembros del público que iban riendo sus gracietas se quedaban tranquilos delante del reto de la obra de Bauçà y neutralizaban sus efectos. La obra de Bauçà no es ninguna broma. Ni en los momentos más sarcásticos te tiene que ofrecer el alivio que significa la risa".

Pues vaya. Resulta que no nos podemos aliviar. Si nos reímos ante un texto de Bauçà, un comisario nos reprende porque su obra "no es ninguna broma" (¿alguien lo dudaba?). Ahora que, por fin, ya no es un sacrilegio desternillarse con Kafka, nos riñen porque ante la poesía de Bauçà se podía reír. Entonces, ¿habría sido mejor que no se pudiera? ¿Se podía llorar? ¿Suspirar? ¿Sentir excitación? ¿Todas las sensaciones que provoca el arte, excepto la risa, eran lícitas? ¿O hay que controlarlas para no perturbar a nadie? Si en el homenaje a Bauçà, a un señor le da la gana de leer destacando el sarcasmo de un texto, ¿está cometiendo un pecado? ¿Lo cometen los que se ríen de ese sarcasmo?

¿El señor cometería el mismo pecado si leyera en un tono sublime y de afectación? Porque en ese homenaje también hubo quien leyó de esta manera (cosa que, por cierto, no se ha comprobado que no haga reír). Por suerte, sea quien sea el intérprete de Bauçà, el texto sigue siendo el mismo. Los que escuchan, aunque parezca mentira, no son idiotas del todo. Por ejemplo, en el homenaje nos reímos con la ironía del fragmento que leyó el escritor Toni Sala: "Avui és festa, però jo no hi aniré. No tenim ni un miserable tomahawk.

Desarmats fins a la darrera gota". Yo creí ver una carga humorística en estas palabras. Pero estaba equivocada. Si me tomo las palabras de Abrams en serio, también me tendré que tomar estas palabras de Bauçà en serio. Así que en cuanto termine el artículo me voy a la calle a matar gente.

Por cierto, ya que al reír con un texto de Bauçà se "neutralizan sus efectos", digo yo que esto pasará con los demás escritores. Ya sería mala suerte que sólo pasara con él. Así que, por precaución, no iré a ninguna lectura de El Quijote, de las que se organizan con motivo del año del libro. Sólo faltaría que Cervantes, en sus momentos sarcásticos, "me ofreciera el alivio que significa la risa". Qué pena que el monje de El nombre de la rosa, el que esconde la obra de Aristóteles referida a la comedia porque considera que "la risa es blasfema", sea un personaje de ficción. Con lo bien que nos iría.

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