Surrealismo: la letra pequeña
Todo texto tiene su letra pequeña. En el caso de la aventura surrealista -una historia plagada de sueños, dudas y contradicciones- no sólo el lector tendrá en cuenta la enorme voluntad del artista para resolver dialécticamente las enunciaciones, "es necesario actuar", "es necesario soñar", es decir, el inquieto espíritu romántico (Goethe) y el revolucionario (Lenin) apoyados en un gran sistema de conocimiento, aunque éste tuviera que ser "diseccionado en una mesa de operaciones, junto a una máquina de coser y un paraguas". Porque el surrealismo también, y ante todo, buscó hacer salir de las profundidades del espíritu el talento escondido, el estímulo casual, las pequeñas cosas, olvidadas, deformadas, deshilachadas, que interrogan a la materia o que atentan contra el principio de identidad. Guantes, dentaduras, dados y dedos, llaves, zapatos, muelles, el mar, la esfinge, el banquete fúnebre... Era el contenido lo que decidía, éste era su sentido y su energía, capaz de reunir de una tacada a creadores tan dispares como Picasso, Miró, Duchamp, Picabia, Eluard, Apollinaire, Leonora Carrington, Gorki, Giacometti, Arp, Chagall, Ernst, Dalí, Magritte, Rivera, De Chirico, Delvaux, Domínguez, Man Ray, Matta, Lam, Brauner, y por encima de ellos, su figura más original y conclusiva, André Breton.
PARÍS Y LOS SURREALISTAS
Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona
Montalegre, 5. Barcelona
Hasta el 22 de mayo
Itinerancia: Museo de Bellas
Artes de Bilbao
¿Cómo París fue capaz de convertirse en un gran diván donde poder soñar la gran revolución figurativa?
Es un recorrido interesante para quienes conozcan este periodo y muy pedagógico para el público que se acerque con una mirada infantil
¿Cómo vivían los últimos ro-
mánticos?, ¿tenían los mismos fervores e ilusiones?, ¿sentían todos el dolor a la historia traicionada? ¿Por qué encontraron en París la única ciudad capaz de metamorfosearse en una fantasía poblada de fantasmas? ¿Cómo una ciudad misteriosamente viva, la misma que describió Baudelaire huyendo de sus calles alienadas y consumidas, fue capaz de convertirse en un gran diván donde poder soñar la gran revolución figurativa? Si Dadá fue el primitivismo, la negación, la destrucción y el descreimiento, el surrealismo fue la afirmación, el punto de encuentro entre dos continentes, Marx y Freud, pero también la belleza y el amor en medio de las muchedumbres miserables del periodo de entreguerras. París y los surrealistas responde a todas esas cuestiones y hace una lectura de toda esa letra pequeña, las distintas grafías de aquellos hombres y mujeres, pero también de algunos nombres olvidados, que escribieron la estética más caprichosa y brutal de toda la modernidad.
En los últimos años, se han visto en Europa importantes exposiciones en torno al surrealismo: Breton y el surrealismo (1991) en el Reina Sofía, L'objecte surrealista (1997) en el IVAM, o las más recientes, en 2002, en la Tate Modern, Surrealism. Desire unbound (2002), y la Révolution surréaliste en el Pompidou, esta última la más académica, porque inscribía las grandes obras como "objetos" preparados para ser vistos con ojos estéticos, ajenos a su carácter híbrido y espúreo y aquejados de preocupaciones formalistas. El Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) ha buscado el carácter extraplástico del objeto surrealista para situarlo en el contexto en que fue creado, o al menos ésta ha sido la intención de la comisaria de la muestra, Victoria Combalía, que "resignada" a no poder conseguir algunas de las piezas más significativas del periodo -altísimos costes de seguro, negativas de los grandes museos para mover sus obras- ha optado por explicar el surrealismo "desde la mentalidad del grupo. Sabemos que en el surrealismo, el pequeño formato suele ser mejor que el grande, y que todavía existen obras importantísimas en manos privadas, muchas muy interesantes, intensas y a veces inéditas".
Así, Combalía se ha empeñado
en sacar a la luz obras apenas vistas en reproducciones y autores prácticamente desconocidos en España, como los checos Troyen y Styrsky, el chileno Jorge Cáceres, la alemana Unica Zürn, el belga Marcel Mariën, la norteamericana Kay Sage o la pareja franco-canadiense Jean Benoît y Mimi Parent. De esta forma, el recorrido resultará interesante para los que conozcan suficientemente los trabajos de este periodo, entre 1923 y 1935 (cuando se desarrolla la investigación teórica de Breton), ya que apunta algún precedente -Goya, Piranesi, Moureau- y otros débilmente epígonos. Resultará igualmente pedagógica para el público que se acerque con una mirada infantil a unos trabajos casi siempre presididos por la sorpresa y que encuentran su apogeo en algunas películas que reproducen el hormigueo de energías terrestres que bullían en París o las que describen el talento poético de Breton en el "automatismo psíquico puro" de sus poesías. La exposición está dividida en veinte apartados, aunque son compartimentos nada estancos, así que se puede empezar por el medio y terminar por el principio, porque se trata de eso, de descubrir los procedimientos. El contenido es el que decide, la verdad interior, la letra pequeña.
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