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Columna
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Casa de la poesía

La deuda que Sevilla ha ido acumulando con sus grandes poetas es de tal magnitud que difícilmente podrá saldarla algún día. Han sido tantos los desaires, los olvidos, las persecuciones incluso, que muchos creen que es preferible dejarlo ya así. A lo sumo, hacer de esa vieja enemistad un algo con lo que mutuamente reprocharse y, a lo mejor, alimentarse. Que siempre se saca algo del dolor. De todos modos, constituye uno de los más grandes misterios de la literatura por qué esta urbe insólita ha generado tantos poetas estelares. Han sido por lo menos cuatro veces las que otros tantos autores sevillanos han dado el vuelco a la poesía castellana. Con Herrera clásico, con Bécquer romántico, con Machado, clásico y romántico, con Cernuda, ni romántico ni clásico. Eso sí, desde la distancia casi siempre, la emigración o el exilio. Únanse a ellos los Rodrigo Caro, Gutierre de Cetina, Medrano, Rioja, Arguijo, Blanco White, Alberto Lista, Manuel Machado, Aleixandre... Y estaremos en presencia de una cordillera descomunal de la lírica. La que hizo decir a Juan Ramón Jiménez que Sevilla era la capital de la poesía.

El Ayuntamiento ha puesto en marcha una singular iniciativa que, para sorpresa de muchos, quizás pueda contribuir a reparar, siquiera en parte, ese antiguo desencuentro. Se llama Casa de la Poesía, y está tomada de un modelo que funciona en ciudades como Bogotá o Medellín, donde se dan cita múltiples actividades poéticas y se celebran muy sonados y populares festivales de esa índole. (También se hace raro que un país como Colombia, acribillado por el infortunio, muestre semejante entusiasmo por la palabra poética). Cosas parecidas suceden en México, Venezuela, Argentina... También de la de Sevilla se quiere hacer un lugar para "propiciar la relación de los poetas con los lectores y de los lectores entre sí". Hermoso milagro será ese. Y a juzgar por el empuje que han puesto sus promotores, Juan Carlos Marset y Francisco José Cruz, capaces son de conseguirlo.

A manera de adelanto, y por esa vinculación especial con el modelo, se celebra estos días en Sevilla un primer encuentro de poetas españoles e hispanoamericanos, pero sobre todo de éstos con la ciudad, a la que ven, en efecto, como esa patria perdida de la poesía hispana. Están muchos de los mejores: la colombiana Piedad Bonnett, los mexicanos Antonio del Toro, Eduardo Hurtado, Fabio Morábito; el peruano Carlos Germán Belli; los chilenos Pedro Lastra y Óscar Hahn; la argentina María Negroni, la uruguaya Ita Vitale; el venezolano Eugenio Montejo. (Se les unen los españoles Caballero Bonald, Antonio Gamoneda, María Victoria Atienza, Tomás Segovia). Los visitantes dedicaron su primera intervención, el lunes por la mañana, a honrar la memoria de aquellos grandes poetas sevillanos, y fue verdaderamente extraordinario escuchar con acento criollo las silvas de Rioja, los sonetos de Machado, las quejas de Cernuda.

El alcalde Monteseirín ha hecho suya esta arriesgada misión (algo así como el metro, pero en verso), y va a necesitar el concurso de más gente, entidades, instituciones. Pues a todos concierne demostrar que aquella enconada deuda es posible todavía, aunque sea medio pagarla.

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