A la derecha del PP
Existe un consenso generalizado en establecer un paralelismo entre el resurgimiento de la extrema derecha y los debates que concluyeron en el dictamen de la Acadèmia Valenciana de la Llengua (AVL) sobre los criterios para la defensa de la denominación y la entidad del valenciano. La concentración de unos pocos miles de personas en la plaza de Manises de Valencia el pasado sábado, según esta hipótesis, demostraría la relación causa-efecto entre el acuerdo de la AVL y la consolidación de un movimiento político a la derecha del PP, agrupado en torno al más rancio y reaccionario de los valencianismos. Pese a lo cual el presidente y el vicepresidente de la Diputación de Valencia -adscritos, paradojas de la política, a la corriente zaplanista que se reclama portadora de las esencias más progresistas del partido- no dudaron en identificarse con los contenidos de unos mensajes muy críticos con el Consell, con su presidente y con el consejero portavoz.
Resulta una simpleza asociar el dictamen de la AVL con la reaparición de la extrema derecha. Para entender alguno de los hechos actuales hay que tener presente la afirmación de un destacado dirigente popular que tiempo ha dijo de su partido: "Es verdad que el PP no es un partido de extrema derecha; pero también es verdad que la extrema derecha es del PP". Y aún más. La unificación del espectro político que va desde el centro progresista hasta la derecha más radical la hizo Eduardo Zaplana desde el poder, en España y en la Comunidad Valenciana, y desde el presupuesto. De otra parte, el PP y los partidos regionalistas (en el caso valenciano, UV) actúan como vasos comunicantes. En la medida que el primero ostenta el poder, absorbe votos del segundo; pero las debilidades de los populares alimentan a los regionalistas. Y el PP, no se olvide, ha perdido el poder en España y tiene el presupuesto hipotecado en la Comunidad Valenciana. Dos condiciones necesarias para facilitar el rebrote de un pseudovalencianismo que hunde sus raíces en la extrema derecha y que ahora reaparece con excesiva presencia mediática respecto de su realidad institucional que es la que es: Inexistente.
Debilitado por la pérdida de poder y con las arcas vacías, la uniformidad política se quiebra fácilmente, de tal modo que si el PP acentúa sus perfiles centristas -y ahí sí que vale invocar el dictamen de la Acadèmia- su ala más radical se echa al monte y amenaza con la ruptura. No es extraño, pues, que sean los representantes de este sector ideológico (nada que ver con las familias políticas al uso en el PP) quienes más se esfuercen en reclamar la dimisión del consejero González Pons. Les molesta el anclaje en el centro y temen ser desplazados de sus actuales cargos públicos a partir de 2007. De ahí sus abiertas intenciones en regresar a sus orígenes políticos, vecinos de la extrema derecha.
En este viaje de vuelta no están solos. Algunos de sus heraldos, valencianistas circunstanciales, practican la amenaza para lograr sus propósitos empresariales a cualquier precio. A cualquier precio que pague el PP. Dinamitar el centro, por ejemplo.
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