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Columna
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El voto diferencial

Josep Ramoneda

A veces hay que reiterar lo que es evidente: el 42% de participación es una cifra muy baja; el 76% de voto afirmativo es una cifra muy alta en un referéndum democrático. Y estos son los dos datos clave del referéndum español sobre la Constitución europea. Pueden encontrarse muchos atenuantes a la baja participación: la ciudadanía ve todavía a Europa muy lejos; la elección era escasamente competitiva; las dudas del PP entre el y el castigo al Gobierno han tenido efecto desmovilizador; la asistencia a las urnas está en la media de las elecciones europeas. No estoy seguro de que se puedan sacar grandes conclusiones políticas de la abstención: probablemente fue más desinterés y apatía, reforzada por una campaña electoral plana, que una forma deliberada de pronunciamiento político. El voto militante de rechazo se concentró en el no. Pero José Luis Rodríguez Zapatero, pensando en el futuro, deberá tener algo muy presente: fue presidente gracias a una movilización excepcional en una circunstancia muy especial. De modo que hay una parte de su voto que es muy volátil, que es exigente y sólo atiende a razones muy serias. El presidente tendrá que esmerarse mucho para volver a contar con ella en los momentos decisivos.

Ante estos datos, vuelven las preguntas de antes de la elección: ¿Era necesario éste referéndum? Necesario, no. Ha puesto a Europa en escena durante algunos días, y ha sido probablemente útil a Zapatero, que hoy tendrá la foto que buscaba en Bruselas, donde todos los líderes europeos le felicitarán. Con el tiempo, el 76-17 pesará mucho más que la abstención, y puede que acabe quedando como el voto más europeísta de todos los referendos; pero hubiera sido perfectamente prescindible. Si lo que se buscaba es abrir cauces de participación directa en el sistema representativo, una vez más, el esfuerzo ha sido bastante inútil. Los referendos y la democracia representativa conviven con incomodidad.

¿El referéndum se ha hecho demasiado pronto? Lo ideal -y quizá algo más movilizador- habría sido que todos los referendos se hubieran hecho el mismo día. Pero ni todos los países querían pasar por este trámite, ni los intereses y preocupaciones de unos y de otros lo hicieron viable. Zapatero ha corrido un riesgo alto, y lo ha salvado, con lo cual refuerza un poco más su optimismo antropológico. El peligro llegará cuando se acabe creyendo que siempre gana.

El referéndum ha pasado y Zapatero, a pesar de todo, se lo puede apuntar como un triunfo. Creo que se equivoca el Partido Popular con el discurso de la abstención: le está regalando al presidente una victoria que ellos también deberían compartir y confirma la sospecha de que para una parte del PP el objetivo era una abstención muy alta y un no fuerte. Sin embargo, tengo la sensación de que las consecuencias políticas de este referéndum serán limitadas: vuelve la comisión de investigación del 11-M y vamos a entrar en seguida en la campaña electoral vasca. Dos vientos fuertes que despejaran pronto las brumas del referéndum.

Cataluña, una vez más, se ha señalado en el mapa con unos colores algo distintos del resto. Es lógico, hay razones estructurales para ello. El sistema de partidos catalán (a cinco) es distinto del sistema español (dos más uno). Dos de los partidos catalanes hicieron campaña por el no, y Convergència (que no Unió), olvidando su tantas veces proclamado europeísmo inquebrantable, vaciló mucho hasta asumir oficialmente el sí. La emulación nacionalista ha desempeñado un papel importante. En los tiempos en que Jordi Pujol tenía la hegemonía del nacionalismo en la mano no habría habido vacilación alguna respecto al sí. En la pugna entre CiU y Esquerra por ver quién representa mejor las esencias nacionales, CiU se ha olvidado demasiado a menudo de la tradición que la hizo fuerte. En fin, el morbo de ser distinto de España, que a veces parece como si fuera el único horizonte ideológico de ciertos sectores del nacionalismo, también ha tenido su peso.

Las razones del no eran poderosas y fueron argumentadas sin apenas recibir réplicas de fondo. La campaña del no tuvo el voluntarismo militante que faltó a la del sí. Y aquí aparece el triste papel del tripartito. ¿Tiene realmente futuro una coalición que no está de acuerdo en algo tan fundamental como es la cuestión europea, horizonte de cualquier política realmente posible? Los dirigentes del tripartito no deberían soslayar esta cuestión que algunos quisieran que fuera tabú. Y es tabú porque toca algo esencial: cuestiona la viabilidad del tripartito más allá del coyuntural ejercicio del poder. Naturalmente, cuando uno ha alcanzado el gobierno, y más con lo que ha costado, lo último que aceptará es someterlo a la crítica. Pero con tabúes como éste se llega al absentismo que han demostrado los consejeros partidarios del y algunos de los del no en la reciente campaña electoral. No se les ha oído. Habrá que empezar a pensar que el tripartito no es capaz de hacer dos cosas a la vez: enfrascado en el Carmel, no se ha enterado del referéndum europeo. Sólo uno de los consejeros socialistas, Antoni Castells, ha estado a la altura de las circunstancias asumiendo su compromiso europeo y dando la batalla por el sí, sin complejos ni restricciones mentales. Los demás supongo que han preferido no incomodar a sus compañeros de Gabinete, con lo cual no han hecho sino acrecentar la imagen provinciana de un Gobierno que no tiene un discurso sobre Europa para proponer a la ciudadanía. ¿Dónde está el futuro de Cataluña si no en Europa? Una alta personalidad del Estado se preguntaba el domingo por la noche: "¿Puede, en estas circunstancias, el tripartito tener un proyecto para Cataluña?".

En fin, el referéndum ha pasado. Cataluña habrá aportado un granito más a la fama de ensimismamiento que la caracteriza. Pero, al fin y al cabo, el ha ganado ampliamente también aquí. El 65% a favor es un resultado que pocos países europeos conseguirán. Tengo la sensación de que la resaca del referéndum será corta, entre otras cosas porque nadie está interesado en lo contrario: unos porque gobiernan juntos y otros porque prefieren pasar la página del europeísmo con la boca pequeña. Pero nada de ello evita que hoy, más que nunca, los grandes interrogantes sobre el tripartito estén sobre la mesa, aunque es fácil apostar que nadie tendrá el coraje de coger el toro por los cuernos y hablar claro. Cataluña ha votado un poco diferente que el resto de España. Como el soberanismo nacional vasco y como el soberanismo nacional español de La Moraleja o del barrio de Salamanca. Pero según parece, algunos entienden que en ser diferente está la felicidad.

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