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Columna
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Cigüeñas

Un nativo de esta incomparable ciudad tiene el detalle de decirme que lo que más le gusta de mi columna "son los pájaros". Y bien es verdad que, a lo largo de las últimas 150 semanas, he dedicado a las aves el espacio que, a mi juicio, se merecen. Ocurre, además, que, cuando el ciudadano de marras me anima con el comentario apuntado, el ojo ornitológico de uno, que sigue avizor, no sólo acaba de comprobar que los halcones primilla han vuelto al campanario de la Giralda, sin duda para cumplir con las consabidas exigencias reproductoras, sino que ha sido capaz, pese a la incomodidad de trabajar con microfilm, de entresacar de las páginas del diario sevillano El Porvenir -con fecha, para que conste, de 20 de febrero de 1899- la siguiente y, para mí, sorprendente noticia: "Las cigüeñas. Estos pájaros, heraldo anunciador de la primavera, han llegado a Sevilla. Ya las hemos visto posadas con sus largas patas sobre las torres de las iglesias...". Noticia sorprendente, sí, porque da a entender que por aquellas calendas finiseculares las cigüeñas no sólo "posaban" sobre las torres de Sevilla sino que allí anidaban, cosa que, si no me equivoco, jamás ocurre ahora (y qué casualidad, escribo también el 20 de febrero). Con lo cual, entre otras cosas, es muy probable que Antonio Machado no tuviera que esperar hasta llegar a Soria, a los treinta y dos años, para contemplar el vuelo y la vida privada de una de las aves más hermosas y simpáticas de este país.

Antes de tener lugar este pequeño episodio hemerográficosocial, ya tenía proyectado comentar hoy otro "heraldo anunciador" de la primavera sevillana: el típico y bellamente impreso cartel tradicional de las cofradías y hermandades (ya saben, "Solemne Quirinario a su amantísimo Titular, Nuestro Padre Jesús de la Sentencia", etcétera) que, pegado en las puertas de las iglesias, así como en sitios más profanos, nos recuerda que se va aproximando la Semana Santa y que, antes de cumplir los dictados de la sangre alterada, hay que ponerse un poco serios. Son documentos que, de puro habituales en esta época del año, probablemente no les llaman mucho la atención a los indígenas, no sé, pero que a los de fuera nos parecen tan definidores de la ciudad como el albero, los naranjos o la omnipresente referencia mariana. En cuanto a ésta, sabíamos lo de "Tota Pulcra es Maria / La macula no est in te", pero ¿quién diría que en Sevilla la Madre de Dios, en una de sus múltiples advocaciones, aparece como la Santísima Virgen del Subterráneo, nada menos, además de Reina de Cielo y Tierra? Tampoco estaba uno al tanto de que María se interesa por el tema de la lectura, pero tras recibir del gran librero Padilla la noticia de que, a dos pasos de la plaza del Duque, hay una calle llamada "La Virgen de los Buenos Libros", he ido a comprobar el dato y resulta que no sólo es así sino que allí se encuentra una librería estupenda. Vivir para ver. Y para ver, en la capital andaluza, las cosas más inesperadas. Creo que el otro Machado, Manuel, no se alejaba mucho de la verdad cuando formuló, allá por 1900, aquella tajante disyuntiva: o París o Sevilla.

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