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Columna
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Los azules de Klein

El Museo Guggenheim de Bilbao ha querido realzar la figura del francés Yves Klein (1928-1962) a través de una exposición antológica en su memoria. En términos rigurosos, la cosa no pasa de ser un inconsistente intento. Hay que recordar que el compulsivo narcisista, y eso fue Yves Klein, dejó de interesar a partir del momento mismo de su desaparición. Klein murió a los 34 años tras tres ataques cardíacos.

Lo único que se mantiene vigente está reflejado en los reportajes fílmicos donde se muestran mujeres desnudas, embadurnadas de azul, que van impregnando sus siluetas sobre grandes papeles y lienzos, o sus pinturas a fuego que el propio artista realizaba con un agresivo lanzallamas, entre otras perfomances. En esas filmaciones se dan dos concepciones en torno al arte del siglo XX, que ya otros artistas habían experimentado con anterioridad. Por un lado, la pretensión de querer imponer el acto a la obra de arte, y por otro, la tendencia a que la personalidad del artista se eleve en importancia por encima del arte que practica.

Artista controvertido y dual, se le reconoce cierto mérito personal al poder comprobar cómo un advenedizo como él se hiciera un nombre en el mundo del arte -he debido decir en el mundo del espectáculo del arte-, en tanto percibimos en su disfavor la evidencia de que su arte se abisma en lo efímero. No es extraño, por tanto, que una vez ha desaparecido el showman el producto baje y pierda interés.

Esta falta de interés se hace evidente en la fisicidad material de la mayoría de las obras expuestas. Me refiero a las pinturas a fuego, las antropometrías, las piezas de pared monocromas, y, sobre todo, las triviales esculturas de las esponjas azules, además de la poquedad artística inherente en los insulsos relieves tanto de las esponjas azules, como de las esponjas rosas.

Como mínimos rescoldos de su arte quedan algunas de sus teorías, como la de que la pintura monocromática no era sino el intento de despersonalizar el color, privándolo de emoción subjetiva, al tiempo que se le dotaba de una insuperable calidad metafísica. Y lo refrendaba aduciendo: "El azul es lo invisible tornándose visible". Curiosamente, el poeta Lezama Lima había dicho bastante antes que la luz es el primer animal visible de lo invisible.

Ya que hablamos de mínimos rescoldos de su arte, el propio Klein -dado como era adicto a epatantes sentencias-, parece darnos la razón cuando llegó a manifestar, con la gravedad del incontinente y grandísimo histrión que llevaba en su interior: "Mis obras son las cenizas de mi arte". Tal vez la ceniza sea lo más próximo a la nada.

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