Folclore
La proximidad de la Semana Santa se nota en el menudeo de informaciones incomprensibles para el no iniciado sobre rituales tan peculiares como, por ejemplo, el de la entrega al pregonero de la Semana Santa de Granada de las tapas de encuadernación del pregón, tapas que en su momento se encargaron a un artista cofrade que, por su parte, ya ha adelantado que irán decoradas con motivos "inmaculistas y pasionistas y de nuestra ciudad". Estos ritos y tradiciones (algunas, como ésta de las tapas, con la friolera de quince años de antigüedad) se mezclan con polémicas nacidas de una susceptibilidad muy irritable y con una pasión que se desborda con gran aparato cuando, como es normal en esas fechas, llueve y hay que recoger velas. Da la impresión de ser un folclore dotado de gran resistencia al raciocinio, como si sólo se pudiera hablar de él desde un entusiasmo incondicional que da apariencia de sentido a cosas más bien absurdas.
¿Es que el folclore sólo puede ser rancio? Evidentemente, no. Y por eso llamo la atención sobre un ejemplo digno de ser tenido en cuenta. La Universidad Internacional de Andalucía organizó el año pasado un seminario con el título de Flamenco, un arte popular moderno. Los textos de las intervenciones que tuvieron lugar están disponibles en la dirección http//www.unia.es, desde la que hay que ir a la ventana de "arte y pensamiento". El punto de partida de este seminario es negar la mayor. Tal y como lo conocemos hoy, el flamenco es un invento del romanticismo, contemporáneo del ferrocarril, pero que ha sido mantenido hasta hace muy poco al margen de todo lo que podía significar modernización, es decir, en unas condiciones de miseria y de falta de respeto que obedecen a las maneras propias de la cultura del señorito, pero también a una explotación ideológica que identificó España y lo español con una versión de lo flamenco y lo andaluz casi siempre degradada y en la que, con todo en contra, se pudieron abrir paso nombres extraordinarios.
Para mayor desgracia, también el flamenco ha conocido el mal de una esclerosis académica que, de haber visto cumplidos todos sus propósitos, habría hecho del cante y del baile algo con una vida tan fantasmal como la de la madre de Psicosis. Y así es como todo ha conspirado en contra de una cultura del flamenco sin histerias ni sacerdotes, y con las nostalgias imprescindibles. Ni los cuerpos ni las voces son los de una época, ya pasada, de artistas titánicos, y no por eso son peores. Lo que hacen es de hoy, del tiempo de después de haber vivido y sabido todo lo que llevamos aprendido sobre nosotros y nuestro mundo. Es verdad que tampoco en flamenco se puede hacer nada a partir de la ignorancia de la tradición, pero también lo es que nadie puede negar a los artistas de hoy que sean de hoy, que canten y bailen con el tiempo del que son y para la gente con la que viven.
Por eso me parece importante que se conozca el seminario de la Universidad Internacional de Andalucía: la dignidad tiene que ser la marca de toda la vida, pero empieza en la razón, en el esfuerzo por arrancar nuestros hábitos a la rutina que los vuelve insoportables, pura beatería.
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