La cobra
Aquella cobra nubia que se erguía con el cuello ancho en la frente del faraón no es distinta de la que ahora exhibe George W. Bush en la figura de Condoleezza Rice. Pero esta cobra es una virtuosa del piano y después de morder letalmente a un enemigo que le da la mano, puede interpretar con rigor a Bach. Los animales son nuestro subconsciente. Los escudos y banderas están llenos de águilas y leones. Por ser estas fieras las mejor dotadas para defender su espacio vital prestan al patriotismo su fuerza simbólica; en cambio, otros animales más vulgares no aportan sus virtudes a los blasones, sino directamente a las armas. La serpiente tiene el olfato en las puntas de su lengua bífida, con las que detecta el rastro de moléculas que su presa ha ido dejando y cuando la tiene a una distancia medida pone en funcionamiento un sensor de rayos infrarrojos, colocado en su cabeza, que capta el calor de ese cuerpo vivo, con su forma y tamaño exacto. Ese mismo sensor extraído de los reptiles ha sido adaptado a los modernos bombarderos, que desde una altura de treinta mil pies pueden acusar la temperatura de cualquier cuerpo vivo, aunque se esconda bajo tierra, y de forma automática les abre la panza y provoca una lluvia de fuego. Los lagartos son paneles solares, que expuestos al sol acumulan la energía necesaria para mover su organismo hibernado. Con este mismo sistema se alimentan las baterías de los satélites espaciales preparados para dirigir a los misiles por el espacio en la guerra de las galaxias. Y ya en el asfalto uno puede preguntarse qué diferencia hay entre la tinta del calamar y los botes de humo que arrojan los guardias. Ahora ninguna máquina navega o vuela a ciegas gracias al radar prestado por los murciélagos, que les permite cazar mosquitos sin tropezar con los cables. A su vez los delfines han inventado el sonar para mandarse secretos todavía indescifrables, algunos de ellos muy poéticos, y mientras las ballenas también lo usan para sus citas de amor a miles de kilómetros de distancia, los submarinos lo han adoptado para dotar de la máxima precisión a los torpedos. Los soldados ya no son seres carbónicos, sino simples robots, que han cedido el espíritu de las armas al instinto de los animales. Pero no todo lo humano se ha perdido; si bien la serpiente no engulle ninguna presa que no haya cazado ella misma, la cobra nubia, que adorna la cabeza del faraón, mientras caen las bombas, aún puede interpretar con gran delicadeza un concierto de Bach al piano.
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