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Un hombre de letras

sí inteligencia, buen gusto y mucho oficio. Sin ese elemento espontáneo, desconcertante, que súbitamente parece romper los límites del conocimiento racional y ponernos en contacto con una intimidad desconocida hasta entonces en la vida, con relaciones insospechadas entre las cosas y los seres, abrirnos las puertas de "otra" realidad, la poesía parece siempre quedarse a medio camino, aunque ella sea, como la de Alfonso Reyes, formalmente impecable. Era la poesía de un gran polígrafo, más que la de un gran poeta. Contra la opinión de algunos, Ifigenia cruel, además de irrepresentable, me parece una pieza recargada de retórica, sin gracia ni imaginación. Prefiero las bellas recreaciones que hizo de algunos cantos de La Ilíada y los elegantes ejercicios de estilo que son los sonetos de Homero en Cuernavaca.

Dije al principio, y repito ahora, que ya no hay, por todo el amplio territorio de España y América Latina, escritores del calibre de Alfonso Reyes. Tenemos magníficos creadores, nuestras universidades cuentan con profesores eminentes, sin duda, grandes especialistas en algunas o acaso en todas las disciplinas, y en las revistas y diarios abundan los periodistas que dominan los buenos y malos secretos de su profesión. Pero lo que ha desparecido es ese personaje-puente que antaño conjugaba la academia con el diario, la sabiduría universitaria con la inteligibilidad del artículo o el ensayo que llega al lector común. Reyes -u Ortega y Gasset, Henríquez Ureña, Azorín, Francisco García Calderón- fue exactamente eso. Y, por eso, gracias a escritores como ellos la cultura mantuvo una cierta unidad y contaminó a un amplio sector del público profano, ése que hoy ha dado la espalda a los libros y a las ideas y se ha refugiado en las adormecedoras imágenes. Como Reyes, todos los autores arriba citados y muchos otros de su generación escribieron buena o la mayor parte de su obra en los periódicos, sin renunciar por ello al rigor, a la autocrítica, y sin ceder al facilismo y a la banalidad.

En nuestro tiempo, los escritores y los académicos se mantienen por lo general confinados en sus dominios reservados, y los periodistas en el suyo, y la cultura se ha vuelto también una especialidad, que el profano mira de lejos, con desconfianza, sin saber muy bien qué es ni para qué sirve. Vale la pena leer de cuando en cuando a Alfonso Reyes para refrescar la memoria. Y aprender cómo una buena poesía, una novela, un libro de historia, una función de teatro, una excavación arqueológica, un sistema de ideas, pueden de pronto levantarnos en vilo y maravillarnos, descubrirnos una intensidad de sentimientos y emociones o unos apetitos sensuales de los que ignorábamos estar dotados, y enriquecer la vida que nos rodea. A lo mejor no es cierto, pero qué nos importa, si leyendo cualquier página de Alfonso Reyes sentimos que la literatura, la cultura, son lo mejor de la vida, que gracias a ellas ésta se convierte en un interminable festín.

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