¡Qué tarde!
Si alguien se pregunta el porqué del éxito de esta competición, los dos partidos de las semifinales disputados contienen casi todas las respuestas. Las ofrecieron magníficos jugadores, pues a ellos pertenece el juego o, al menos, así debería ser. Y acompañaron los entrenadores, que consiguieron mover los hilos sin maniatar las capacidades de sus hombres. Hubo tiempo para todo y para todos y en 80 minutos la élite de los jugadores de la ACB demostraron, en su mayoría, las virtudes que atesoran. Fue la tarde de Walter Herrmann, jugador con el que todo aficionado mantiene una relación afectiva especial por las desgracias a las que se ha tenido que enfrentar. Esas cosas también cuentan y ennoblecen aún más a un deportista ciertamente admirable. En las ultimas jornadas ya estaba apuntando su plena recuperación, pero su actuación ante el Pamesa solo cabe catalogarla de excepcional. Por lo que hizo, por cómo lo hizo -hubo un momento que pareció infalible- y por lo que supuso. Pues si bien Garbajosa fue el que conocemos y Scariolo estuvo espléndido con táctica zonal 1-3-1, Herrmann fue un auténtico martillo pilón. Además, como buen argentino, impacta en el marcador y en el ánimo, tan importante en compromisos como éstos, en los que se pone a prueba el cuerpo y el espíritu.
Y, si no, que se lo pregunten al Tau y el Madrid, que disputaron un encuentro tremendo de intensidad y belleza. Porque, si hubo lugar para el músculo, que en estas épocas es algo habitual, al menos esta vez no impidió que el talento se hiciese hueco. Cuando esto ocurre, el baloncesto se convierte en un espectáculo de primer orden. Además, y como mandan los cánones, el partido fue de menos a más, hasta brindar un último cuarto de ésos que no te dejan ni respirar. Ganó el Madrid, a pesar de su imperdonable error en la última jugada, en la que dejó tirar a Hansen un triple casi sin oposición que habría supuesto el empate, pero el resultado no convierte en bueno el trabajo de uno y cuestiona el del otro. Ambos equipos hicieron lo que debían. Depositaron su destino en los jugadores más capacitados para esta tarea y, como no podía ser de otra forma, el asunto se dilucidó en un par de detalles. Apareció Bullock del destierro al que le sometió la defensa del Tau a partir del segundo cuarto, justo a tiempo para decidir. En esto sí que se nota la gran diferencia de este Madrid con los anteriores. Ahora cuenta con suficientes garantías para jugarse los títulos en territorios en los que hasta este curso temblaba como un junco. Y, si quieres ganar títulos, sin este tipo de jugadores no vas a ningún lado. En definitiva, y resumiendo, ¡qué tarde de baloncesto!
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