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Columna
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Despegar

Hasta los más escépticos saben que Europa se juega su porvenir y por ese motivo vive momentos decisivos. El mundo ha cambiado más en los últimos diez años que en toda la historia. Y los españoles vamos a ser los primeros en manifestar nuestra adhesión al Tratado de la Constitución Europea. Aunque de este referéndum saliera un rechazo mayoritario, el hecho de que se haya producido la convocatoria, a partir de la decisión libre de un gobierno soberano, ya es una victoria. Piero Malvesti, antiguo presidente de la CECA, que era un italiano finísimo, decía que la "Europa de las patrias" era semejante a un plato de huevos fritos, con su yema perfectamente delimitada pero con la clara, que es lo accesorio, fundida con las otras. La Europa supranacional, la que debe ir borrando diferencias y fronteras, es la que se parece a una tortilla en la que los huevos se traban hasta conformar un solo cuerpo donde resulta imposible identificar sus componentes.

Esta última, la Europa de la tortilla, es la que nos convence. Una Europa que es fruto de los sacrificios de muchas generaciones. Es una realidad en construcción que se ha levantado sobre los cimientos de muchas vidas que se quedaron en el intento. Tuvieron que producirse las dos guerras mundiales y en el intermedio la Guerra Civil Española, para que los padres del movimiento comunitario se dispusieran a construir los Estados Unidos de Europa.

Hay un debate en los foros de opinión, que se concreta en la posición de los que creen que lo mejor es rechazar el texto propuesto, para así poder comenzar de cero y diseñar esa Europa utópica en la que nadie se baje los pantalones para renunciar al proyecto social, humano, respetuoso, plural e idealizado en el que muchos tienen puesta sus ilusiones. Siempre es positivo que los ciudadanos sean capaces de soñar.

La otra postura realista y práctica comprende que la única Constitución posible es la que se somete a la aprobación de los electores. Nos debatimos entre los radicales que desean la Europa prometida ya, o lo antes posible, pero sin condicionamientos atlantistas y, por supuesto, sin imposiciones provenientes del neoliberalismo dominante. Son cuestiones muy atractivas para suscitar una tertulia de café.

¿Qué ocurriría en España -primer país convocado a las urnas- y en otros estados de la Unión si saliera el no mayoritario? Es una incógnita, pero desde luego se produciría el mecanismo de freno y marcha atrás. El posible acuerdo, una vez rectificado, supondría un retraso considerable en la consolidación del entramado político en el que se sustenta la U.E.

¿Y los valencianos qué hemos de decidir? ¿Qué nos va en ello? Nos jugamos la frustración de una aspiración hondamente sentida por quienes nos precedieron en estas batallas. El librecambismo, la eliminación de aranceles, la apertura a los mercados exteriores de los cinco continentes y la amplitud de miras son metas difíciles de alcanzar por otros procedimientos.

El poeta J. V. Foix se refirió a que "guerrers, terres i mars, amorosits, han cedit amb remor de falcons quan s'ajoquen, a la nit venturosa. El dogmàtic, llibresc i criticastre, no s'ha adonat de res". La lírica acaba aclarando estos temas con mayor precisión que los mortales.

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