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Crítica:CLÁSICA | Mstislav Rostropóvich
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Gimnasia rítmica

Cada concierto de Rostropóvich en Madrid, ya sea al violonchelo o dirigiendo, es un acontecimiento. Esta vez no fue una excepción, y la Reina y la ministra de Cultura se sumaron al público que llenaba el Auditorio a la espera de grandes cosas. Colas, fotógrafos, runrún, en fin, lo propio de tan altas ocasiones. Y la esperanza, naturalmente, de asistir a un buen concierto. No en vano Rostropóvich se ha convertido en un símbolo de la excelencia personal y artística y el aficionado siempre acude a esa cita con la esperanza de recibir una lección de música. La verdad es que la velada no acabó de convencer. La Orquesta de la Accademia di Santa Cecilia es una formación sólida, algo dura, en la que destacan claramente sobre el resto unas cuerdas bien empastadas. Las maderas dejan que desear y las trompas, que fallaron unas cuantas veces en Scheherazade, no tuvieron su noche. La brillante, luminosa, espectacular suite de Rimski-Korsakov se leyó sin demasiado sentido narrativo y sin ese especial virtuosismo sonoro que pide una partitura que quizá no esté entre el repertorio que mejor le va a la formación romana. Donde se requiere sensualidad y ensueño hubo demasiada prosa y el maestro no pareció por la labor de ir más allá, quizá porque la orquesta no le provocaba lo suficiente o porque a cierta edad uno no tiene por qué tirar de ningún carro. Hubo buenos momentos aislados, el concertino estuvo más que acertado en su nada fácil labor y la rotura de una cuerda hizo de la violinista afectada por el accidente el foco de atención durante un buen rato, lo que es un síntoma. Antes, la sesión se había abierto con la obertura de Rusllan y Ludmila, de Glinka, propina preferida de casi todas las orquestas del mundo, y que esta vez fue por delante en lectura algo gruesa.

Orquesta de la Academia Nazionale di Santa Cecilia

Mstislav Rostropóvich, director. Mayu Kishima, violín. Obras de Glinka, Paganini y Rimski-Korsakov. Juventudes Musicales. Auditorio Nacional. Madrid, 16 de febrero.

La sorpresa de la velada fue la joven violinista japonesa Mayu Kishima, que tocó con una naturalidad apabullante el Concierto nº 1 de Paganini. Es difícil encontrar una partitura que guarde menos cantidad de música entre sus miles de notas, pero tocada de esa manera hasta se puede escuchar una vez en la vida y pasar un buen rato. Todas las dificultades sin cuento que plantea al solista las negoció la nipona -19 añitos nada más- con la misma flexibilidad técnica que se observa en esas gimnastas tan diminutas como ella y que desde pequeñitas hacen cosas imposibles. Falta saber qué hará con lo posible, con ese repertorio más clásico y más enjundioso que exige, además de una mecánica impecable, eso que llamamos cultura. Uno puede decir que pocas veces ha visto un fenómeno técnico de semejante calibre, un intérprete tan lleno de posibilidades, pero también es verdad que da cierta pena pensar en lo que puede ocurrir si se centra en este repertorio un poco inútil. Aunque también es cierto que toda la vida ha habido violinistas que se han dedicado a los fuegos artificiales y han hecho carrera con ellos. Ya veremos.

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