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Columna
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Momento de Europa

Reflexiona el filósofo emergente y fecundo Daniel Innerarity que con la aceleración de la historia y el aluvión informativo que nos abruma se disuelve rápidamente la memoria próxima del pasado y resulta difícil como nunca pronosticar el futuro. Quizá por eso, digo yo, apenas ha sido evocada la figura del periodista Vicent Ventura en esta campaña europeísta, no obstante haber sido un pionero, un apóstol solitario en Valencia del proyecto desde la década de los 60. Verdad es que estos días pasados, en un gesto que les honra, los socialistas Joan Ignasi Pla y Rafa Rubio rememoraron públicamente a este precursor, que lo fue también del PSPV, las siglas que hoy les amparan.

Cierto es que en aquellos años y los que siguieron escribir sobre Europa era una variante de carta persa que permitía invocar la democracia, las ventajas del pluralismo y las bondades del mercado sin barreras, fielatos, tasas compensatorias y precios de referencia. Era el asunto machacón que el colega desarrollaba en su sección Momento de Europa que escribía semanalmente en Valencia-fruits y, antes, en su columna dominical de Levante hasta que lo desahuciaron de este rotativo. Europa, desde aquí vista, era libertad y necesidad económica, una prédica que Ventura dosificaba hábilmente entre col y col, esto es, con el pretexto de comentar la exportación hortofrutícola. Para muchos de sus lectores y no pocos empresarios fue el mejor aleccionamiento y anticipación de la Unión Europea, ese sueño que, en palabras eufóricas de Jeremy Rifkin, está eclipsando al sueño americano.

No se yo qué opinaría el finado periodista acerca del inminente referéndum sobre el tratado de la Constitución que hemos de votar el próximo domingo. Atribuirle una respuesta afirmativa sería coherente con su prolongada profesión de fe europeísta, pero no dejaría de ser una conjetura, incluso un juicio de intenciones. Quienes objetan este tratado están tan legitimados como cuantos proponen el sí, con o sin reservas. Al cabo, todos -o tal me parece- apostamos por Europa. La diferencia reside en que unos la exigen desde ahora mismo conformada plenamente según sus propias querencias, ya sean sociales o nacionalitarias, y otros pensamos que, a pesar de sus déficit, el tratado es una resultante plausible de la relación de fuerzas actual entre sus Estados componentes y perfectible en el curso del interminable proceso de acomodación en el que estamos involucrados.

De lo que estoy seguro es que, por una parte, Vicent Ventura, familiarizado con la compleja historia de este prodigio de civilidad que es la Unión Europea -mírese, sino, en su derredor-, no habría tomado una opción que significase tascar o retrasar esta su larga marcha hacia el perfeccionamiento. Un ajuste que se ha de producir, pero que, por lo pronto, más Europa equivale a menos fronteras, más igualdad mediante los fondos de cohesión, más ilustración y la única oportunidad de no ser rehenes de un hegemonismo u otro. ¿Que no conocemos bien el tratado? Acaso conocíamos la Constitución española cuando la votamos, y a los candidatos que nos gobiernan cuando les elegimos? Se trata, en suma, de apostar por la única utopía que está cuajando en este mundo. Hace casi 50 años que Ventura, profético o urgido, empezó a abonar este momento.

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