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Columna
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Decían los viejos textos de Derecho Político que estudié que los referéndum, más que un instrumento de democracia directa se prestaban al plebiscito e invitaban al reduccionismo político. De hecho, entonces teníamos dos ejemplos donde reiterar el argumentario hostil hacia esa institución: el uso que Franco hizo de ellos, y el no menos personalista de De Gaulle para poner a la República a sus pies, aunque fue él quien acabó a los pies de aquélla. El referéndum, pues, no tiene demasiadas simpatías. Cada vez que se nos llama a plebiscitar nos asaltan dudas colaterales y no faltan quienes van o dejan de ir a votar más en función de que se les oiga, que de pronunciarse de modo unívoco y a la llamada de la pregunta que se les formula.

Aún recuerdo cuando con motivo de la consulta popular a que Suárez sometió la Ley para la Reforma Política, la izquierda pidió el No, para comprobar poco después el poco éxito que tuvo la consigna y la ventaja que ese error le dio al reformismo franquista para dirigir los cambios que acabaron entronizando la Constitución de 1978. No resulta ocioso tampoco recordar el fracaso del No ante el referéndum constitucional del 6 de diciembre de 1978, aunque entonces todo estaba por ver y quizás el No apuntaba a que se contasen los votos de los que querían ir más allá, sin poder evitar que a estos se les sumasen los de quienes querían volver al franquismo.

Finalmente, aquel dramático referéndum sobre la permanencia en la OTAN convocado por González para que dijésemos que Sí donde él poco antes había dicho que "de entrada" No, que dio lugar a votos estratégicos (por no llamarles irresponsables) donde primaba el castigo al presidente, y que sólo pudo salvar la respuesta de los más comprometidos a la pregunta de: ¿Quién va a administrar la hipotética victoria del No?

Ante el 20-F, también ha habido tentaciones evidentes de convertirlo en test de asuntos que no tienen nada que ver; y no faltan partidos que aprovechan la ocasión para ampararse en el No pidiéndole previamente lo imposible a la construcción de Europa como si todo acabase de empezar, y de ese No dependiese una gran rectificación.

Yo no quiero entrar en las razones del No, porque mi voto va a ser afirmativo, y bastante tengo con meditar y calibrar si ese voto es incondicional, crítico, matizado o a pesar de todo, porque eso es lo que ocurre cuando la batería de respuestas es la tópica de los referéndum: Sí, No, en blanco, voto nulo o abstención, todo sin matices.

Del No sin paliativos al Sí adscrito a cualquiera de las hipótesis apuntadas hay mucho argumentario empeñado, y se me hace difícil matizar el significado inequívoco de mi Sí para banalizarlo. De acuerdo, este Tratado hubiera podido ser mucho mejor, pero no me cabe duda que mejora el hasta ahora vigente. Sí, claro, este Tratado habla de Estados y no de las Naciones sin Estado, pero no es el culpable de que los valencianos no seamos capaces de reivindicar nuestra nación con argumentos convincentes y con votos; y, además, fuerzas políticas de tanta entidad para reivindicaciones coincidentes de sus naciones como CiU o PNV, apoyan el Sí.

Y, ya para terminar: lo que habrían dado mi padre y mi abuelo, de vivir hoy, por ir a votar Sí a Europa, recordando cuando las naranjas guardaban cola en las fronteras europeas con los cupos siempre amenazantes, me sugiere que teniendo yo la oportunidad que ellos nunca tuvieron, este Sí sea, también, en su memoria.

Vicent.franch@eresmas.net

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