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EL NUEVO TRATADO Y LA RELIGIÓN | REFERÉNDUM EUROPEO | Lo que dice la constitución

Francia impone su laicismo

Carlos Yárnoz

La Constitución europea se firmó en Roma el 29 de octubre en el lugar donde se rubricó el primer Tratado de Roma en 1957, bajo las colosales estatuas de dos Papas: la de Inocencio X, el más belicoso de los contrarreformistas, y Urbano VIII, el que condenó a Galileo Galilei. Culminaba así un proceso iniciado dos años y medio antes durante el cual la Iglesia y sus aliados exigieron sin desmayo que la Constitución incluyera una referencia a "la herencia cristiana" de Europa. Fracasaron, pero no sin protagonizar la más incansable y dura batalla en los debates constitucionales frente a la laica Francia.

Cuenta Íñigo Méndez de Vigo en su libro El Rompecabezas que, como redactor de la Carta de Derechos de la UE en 2000 y luego de la Constitución europea, se sintió férreamente marcado por el nuncio de la Santa Sede ante la UE, Faustino Sainz. "Me sentí peor que cuando Figo pisaba el césped del Camp Nou tras su ominoso fichaje por el equipo blanco", bromea. En ambos casos, la exigencia de los católicos se planteó cientos de veces. También en el último minuto, cuando ya estaban superados todos los demás obstáculos.

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LA SITUACIÓN

Los Tratados actuales de la Unión no hacen referencia a la religión. Sí hay varias en la Carta de Derechos Fundamentales, proclamada en Niza en 2000 y ahora incorporada a la Constitución como Parte II. En la Carta está recogida la libertad de conciencia (II-70), el derecho a la enseñanza religiosa (II-74), la no discriminación por motivos religiosos (II-81) y la referencia a la diversidad religiosa (II-82). En su preámbulo se incluyó la referencia al patrimonio "cultural y moral" de la UE, pero sin alusión al cristianismo.

EL PROBLEMA

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Las constituciones de Polonia, Italia, Alemania e Irlanda hacen explícitas referencias religiosas. La polaca cita a Dios como "fuente de verdad, justicia, bien y belleza", la irlandesa establece la República "en el nombre de la Santísima Trinidad" y la alemana hace a su pueblo "consciente de su responsabilidad ante Dios y los hombres". Por contra, el principio de la laicidad es básico en Francia y Bélgica.

EL DEBATE

El Vaticano exigió la referencia a la herencia cristiana desde la primavera de 2002, al inicio de la Convención que redactó el Tratado. Al menos, en el Preámbulo del texto. Para Francia, era inconcebible. El 30 de mayo de 2003, la Iglesia sacó su artillería pesada contra un primer proyecto que no le satisfacía: "Es una operación ideológica que pone de manifiesto el prepotente intento de reescribir la historia", declaró el cardenal Jean-Louis Tauran, ministro de Exteriores de la Santa Sede. El Papa Juan Pablo II transmitió personalmente su exigencia a Valéry Giscard D´Estaing, presidente de la Convención, mientras sus miembros recibían miles de correos electrónicos de organizaciones católicas. Todos los miembros del Presidium de la Convención fueron presionados por obispos o instituciones.

El 17 de octubre de 2003, el Gobierno español del PP presentó ante la Convención este texto para incluir en el Preámbulo los orígenes históricos de la identidad europea: los jefes de Estado y Gobierno, "inspirándose en las herencias culturales, religiosas, especialmente cristianas, y humanistas de Europa...". Era una fórmula similar a la defendida por Polonia, Portugal, Italia, Malta, Eslovaquia, República Checa y Lituania. Con Francia se alinearon Bélgica y, atención, Turquía, que participó como un país más en la Convención. No pocos democristianos veían una buena ocasión para entorpecer las opciones de que la musulmana Turquía se incorpore a la UE y Ankara no se cansó de repetir que la UE "no es un club cristiano".

Polonia y su grupo, ya con España fuera del mismo tras las elecciones del 14-M, presentaron en junio de 2004 un texto conjunto a los líderes de la UE para volver a la carga. La misma noche del 18 de junio, con toda la Constitución cerrada y pactada en una cumbre europea en Bruselas, con las copas de champán sobre la mesa, el presidente polaco, Aleksander Kwasniewski, pidió la palabra. Sí, volvió a pedirlo. El presidente francés, Jacques Chirac, zanjó la cuestión: "Ya no, por favor. Basta".

LA SOLUCIÓN

La primera frase del Preámbulo señala que los jefes de Estado y Gobierno, se inspiran "en la herencia cultural, religiosa y humanista de Europa...". La versión oficial española está en singular, pero en la francesa e italiana está en plural ("culturales y religiosas"), como originalmente se pactó. La diferencia es muy importante porque en plural engloba a todas las religiones y fue lo que animó a Chirac a aceptar la fórmula. Sin referencia al cristianismo. La Constitución sí recoge otras alusiones que se corresponden con otras aspiraciones de la Iglesia. Así, la UE "respetará y no prejuzgará el estatuto reconocido en los Estados miembros a las iglesias y las asociaciones o comunidades religiosas" (Parte I-artículo 52), con lo que quedan garantizadas las ventajas fiscales o las ayudas oficiales a la Iglesia en España, Alemania o Polonia. La UE, añade ese artículo, "mantendrá un diálogo abierto transparente y regular con dichas iglesias y organizaciones" porque les reconoce "su identidad y su aportación específica". La UE deja claro que también respetará el estatuto que cada país haya dado a "organizaciones filosóficas y no confesionales".

El día de la firma de la Constitución en Roma fue imposible no recordar el comentario que, tres meses antes, había hecho el ministro polaco de Exteriores, Wlodzimierz Cimosewicz, cuando dio la batalla por perdida. "En realidad, Dios está en todos los artículos de la Constitución... porque Dios está en todas las partes".

Preámbulo:

Los jefes de Estado y de Gobierno de la UE, "inspirándose en la herencia cultural, religiosa y humanista de Europa, a partir de la cual se han desarrollado los valores universales de los derechos inviolables e inalienables de la persona humana, la democracia, la igualdad, la libertad y el Estado de Derecho..." convienen el Tratado.

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Sobre la firma

Carlos Yárnoz
Llegó a EL PAÍS en 1983 y ha sido jefe de Política, subdirector, corresponsal en Bruselas y París y Defensor del lector entre 2019 y 2023. El periodismo y Europa son sus prioridades. Como es periodista, siempre ha defendido a los lectores.

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