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Columna
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Propaganda

En un acto en el que pide el a la Constitución Europea, el presidente del Gobierno se pregunta qué significa el no que piden otros, y él mismo contesta: el no es sólo eso, un no, la nada. Así es la política que hay: la misma persona que hace pocos días tuvo en el Parlamento nacional una intervención inteligente y encomiable, hoy suelta una barbaridad de calibre superior. No se puede reducir a nadie a la nada ni en sentido figurado.

Pero este referéndum está removiendo cosas poco gratas: lleva todo (y a todos) al molino de un maniqueísmo que es lo contrario de lo que nos hace falta, y acerca tanto a PSOE y PP que el efecto parece una pinza, o una tenaza, que se cierra hacia fuera. Por eso, ni el más templado se priva de asimilar a los obispos e Izquierda Unida, a la que por cierto no se puede identificar sin faltar al rigor con los últimos comunistas de Europa. La templanza convive, sin embargo, con una alegría del sí que llega a alardear de no estar en condiciones de argumentar lo que propugna. Y es que se ha llamado a un entusiasmo digno de mejor causa, porque en pocas ocasiones estará más justificado que en esta un discurso matizado, lleno de dudas y libre de una vanagloria con fecha de caducidad tan a la vista.

Pero es que todo esto es la propaganda, que ha ocupado el lugar de la política, y que es un arma peligrosa. La propaganda es la negación de la política, entendida ésta como una actividad reflexiva de ciudadanos que deciden los términos de su vida en común. Las apelaciones que se están haciendo para mover al responden a mecanismos maniqueos de simplificación e identificación de las alternativas en juego. Y por cierto: no creo que sea éste el mejor entrenamiento para acercarse a la revisión de los Estatutos de Autonomía, un debate que por el momento no parece que suscite demasiado interés fuera del escenario en el que se mueven los profesionales de la política y que lo más probable es que se intente animar con apelaciones al orgullo de la patria chica, es decir, con más simplificaciones. Pero el desinterés es una consecuencia lógica, entre otras cosas, de la desinformación y la pasividad irreflexiva que induce la propaganda. Y sólo se consigue agravarlo cuando el vacío de la información y la política, en vez de combatirlo, se ocupa con un espectáculo en el que todo vale.

Y no invento: la noche del sábado pasado TVE emitió un programa de los que antes se llamaban de variedades y en el que se interpretó una canción que según los presentadores venía a dar cuenta, en clave de canción del verano, de la complejidad del referéndum que va a tener lugar. El estribillo de la canción decía (literalmente) así: "Si ZP y el PP, que siempre andan a tortas por chorradas, dicen que es cojonuda [la Constitución europea], debe ser que es así". No es fácil exagerar al calificar algo semejante: es lamentable y ofensivo, produce vergüenza ajena, degrada todo y siembra una duda tremenda acerca de la oportunidad de que sigan en su puesto los responsables de este alarde de zafiedad en el primer medio de comunicación pública del país. Da miedo imaginar qué idea tienen del público y de lo público.

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