Los partidos portugueses dejan de agitar la bandera de la invasión económica española
España es el principal mercado de Portugal, con un crecimiento anual de ventas del 15%
Otro muro ha caído en Europa: el de la incomunicación entre España y Portugal. Durante siglos ambos países vivieron como siameses unidos por la espalda, pero en los últimos años la interacción económica se ha acelerado de forma impresionante. Muchas de las resistencias patrióticas que alertaban de una invasión económica de España se han desvanecido. España se ha consolidado como el primer socio comercial de Portugal y nadie en la campaña electoral pide apretar el freno. "Estamos viviendo una auténtica revolución", opina el historiador portugués José Freire Antunes.
En 1986, el año en que ambos países entraron en la Comunidad Europea, Portugal sólo compraba a España el 4% de sus importaciones. En 2003, el porcentaje rozaba el 30%: España vende a Portugal, de 10 millones de habitantes, tanto como a todo el continente americano, con el que suma siglos de estrecha relación. Cataluña sola ya vende más a Portugal que el Reino Unido, el ancestral aliado de Portugal. "Y estamos viviendo sólo el inicio", augura José Manuel Vital Morgado, responsable en Madrid del Instituto de Comercio Exterior de Portugal, quien apunta que las perspectivas que abrirán la alta velocidad a Lisboa y Oporto son aún insondables.
Con la integración en Europa, las empresas españolas descubrieron Portugal. De apenas un centenar de firmas operando en este país se ha pasado, según datos oficiales, a cerca de 3.000, aunque Guillermo de Llera, presidente de la Casa de España en Lisboa, rebaja la cifra a unas 2.000. Entre 1992 y 2002, España fue el país con mayor inversión directa en Portugal: 6.400 millones de euros.
La visibilidad española se hizo tan presente en el cambio de siglo -con el desembarco emblemático de El Corte Inglés y la progresiva expansión de los grandes bancos- que en 2002 un grupo de empresarios lanzó un manifiesto advirtiendo que el país corría el riesgo de una nueva invasión de España, esta vez económica. Las quejas de los "empresarios patriotas", como se les llamó en su día, generó tanto ruido que parecía que las huestes españolas de Felipe II seguían agazapadas junto a una frontera ahora inexistente.
Tras la tormenta, el olvido. Aquellas amargas quejas y la supuesta "invasión" de España no son ni por asomo temas de la campaña electoral. "Agitar la bandera antiespañola no es rentable para ningún partido", asegura el politólogo Pedro Magalhaes, probablemente el mayor experto en encuestas de Portugal. Al contrario: por vez primera, las dos principales formaciones -el Partido Socialista y el conservador Partido Socialdemócrata- llevan en sus programas el objetivo de estrechar la cooperación con España.
"Algunos de los llamados patriotas acabaron vendiendo sus empresas a grupos españoles", subraya Eduardo Dâmaso, subdirector de Público. "Hay que ver España como una gran oportunidad y aprovechar nosotros también su mercado", sostiene el presidente de Vodafone Portugal y líder del think tank liberal Compromiso Portugal, Antonio Carrapatoso. "El mayor peligro no es la invasión, sino la indiferencia", remacha Freire Antunes, autor de Los españoles y Portugal, quien ve a España como una vía "para abandonar la periferia".
Lo que se ha acabado imponiendo entre la gran mayoría de empresarios y políticos es la máxima que esgrimió José Bonifacio de Andrade, que a la postre se convirtió en el patriarca de la independencia de Brasil, cuando en 1813 defendió -entonces en vano- la adopción del sistema métrico decimal. "Tal vez a los espíritus timoratos les parezca que ofenda el pundonor nacional; sin embargo, lo verdadero y útil no tiene patria". A muchos portugueses, España les ha parecido útil y han empezado también su pequeña invasión: hoy son ya más de 300 las empresas portuguesas en España y en poco tiempo se han abierto unas 120 tiendas, la mayoría de confección.
Déficit comercial
En los últimos dos años, en plena crisis económica portuguesa, las ventas a España han crecido a un ritmo del 15% anual, un porcentaje desconocido hasta ahora. Pese a ello, el déficit comercial de Portugal con España ascendió a 6.300 millones de euros en 2003.
Reducida a los márgenes la oposición ontológica a España, persisten reticencias sobre el día a día. La principal exigencia es que el mercado español se abra como el portugués. El ex ministro de Economía socialista Daniel Bessa resume un sentir generalizado: "El mercado español no siempre es lo suficientemente abierto y esto es especialmente claro en los concursos de obras públicas".
Rui Moreira, presidente de la poderosa Asociación de Comerciantes de Oporto, percibe que lo que más pesa es que "el consumidor español es nacionalista, prefiere lo propio". "Nuestro problema con España es que el conocimiento de las marcas portuguesas es escaso; es urgente una buena estrategia de mercadotecnia", añade.
El norte de Portugal es la zona que más aprovecha las relaciones con España. La eurorregión que forma con Galicia es citada siempre como modélica, pero en todas las zonas que comparten lo que una vez fue frontera los intercambios se han multiplicado: hoy suman el 32% del total de intercambios entre ambos países. El viejo dicho, muy popular durante siglos, "Con España, ni buen viento ni buen casamiento", va camino de convertirse en una reliquia.
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