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Reportaje:

160 euros por 15 días de trabajo

La difícil vida de un puñado de deportistas inmigrantes instalados en la Comunidad Valenciana

Rosa Apazal Ramírez llegó hace tres meses a Valencia junto a su marido, Emerson. Ambos pagan 170 euros por una habitación cerca del Pont de Fusta, en el distrito Llano de la Zaidía. "Compartimos la cocina y el baño con el resto de inquilinos. El piso tiene cuatro habitaciones", cuenta Rosa, una menuda atleta boliviana de 25 años que nació en Oruro, a cuatro horas en autobús de la capital boliviana, La Paz. "Nuestro destino era Madrid o Barcelona, pero como la vivienda allí era muy cara recalamos finalmente en Valencia", relata Rosa, quien emigró "harta" del escaso apoyo que recibía de las autoridades deportivas bolivianas, "corruptas y negligentes".

En Valencia, Rosa compagina sus entrenamientos con el cuidado de un niño. Los fines de semana coge el tren o el autobús y se desplaza a alguna población de la Comunidad Valenciana que organice una carrera. "Valencia es la capital española del atletismo popular", asegura Emerson. Rosa ha ganado pruebas en Xeraco, Meliana, Montcada, Xàtiva, Paterna, Bétera... Dependiendo de la entidad de la competición, obtiene un premio u otro. "La competencia es durita acá", dice Rosa, con un buen cartel en Suramérica. Desde Cochabamba, donde vivía, viajaba a Perú, Ecuador o Puerto Rico para disputar carreras. También vivió dos años en Pensilvania (Estados Unidos). Cuando llegó a Valencia, trabajó en la recogida de naranja. "Me pagaron 160 euros por 15 días", afirma. "El capataz", recuerda Emerson, "te pregunta cuánto tiempo llevas en España, en qué situación estás, y entonces fija un sueldo, que varía mucho de unos a otros". Ni Rosa ni Emerson han regularizado aún su situación. Por eso viven con inquietud, tratando de pasar inadvertidos en una ciudad "hospitalaria".

"No quise posar desnuda", confiesa la gimnasta rumana de élite Iulia Moldovan

Ahmed Kamal sí tiene papeles. Vive en Onda (Castellón), donde comparte piso con su hermano, Jamal Kamal, y su primo, Rachid Kamal, todos corredores. Entre los tres pagan 200 euros por un apartamento de tres habitaciones. Ahmed, que conduce un Opel Astra blanco, reside en España desde 1994. Primero se estableció en Vila-real; y a partir de 1999 en Onda. Trabaja en una de las numerosas fábricas de cerámica que salpican los polígonos industriales de la zona. Hay semanas que le toca el turno de noche. "Es duro, porque te cambia el ritmo", cuenta.

Ahmed corre 18 kilómetros diarios. Su especialidad son las distancias largas: ha ganado el medio maratón de Castellón y también tres veces el de Vila-real. En maratón (42.195 metros) tiene una marca de 2 horas y 22 minutos. En 2000, con 31 años, fue tercero en el maratón de Valencia.

La masiva presencia de atletas magrebíes en las numerosas carreras populares que se organizan en la Comunidad Valenciana ha despertado cierto recelo entre los organizadores y participantes españoles. Esto lo ha observado Ahmed. También Rosa Apazal. "La gente del atletismo suele ser amable, pero también me he encontrado con corredoras que antes me saludaban y ahora ya no", cuenta Apazal. Ahmed incluso conoce compatriotas que han decidido abandonar España para instalarse en Francia, decepcionados por el trato recibido en algunas carreras. Es el caso de Alboutahiri Kahljfa, ganador del último cross corto Ciudad de Valencia, que se celebra en el viejo cauce del río Turia, y tercero en la popular San Silvestre.

Nacido en Beni-Mellal, cuna de excelentes atletas magrebíes, Ahmed corrió en su etapa junior contra el gran El Guerrouj. En Beni-Mellal también nació Abderraman Chmaiti, instalado en Valencia desde 1997. Ganador de un puñado de pruebas populares de media distancia, Chmaiti tampoco puede vivir del atletismo. Está casado con la corredora valenciana María Ángeles Tetuán. Ha trabajado en el campo y en la obra, como muchos de sus compatriotas.

En el campo trabaja esporádicamente el novio de Iulia Moldovan, una ex gimnasta de élite que escapó hace unos años de los espartanos métodos de entrenamiento auspiciados por las autoridades rumanas. Se instaló primero en Aielo de Malferit; luego en Ontinyent. Iulia sí tiene papeles. Su novio, no. Viven alquilados en un pequeño piso, que paga Iulia con los ingresos que obtiene impartiendo clases de gimnasia en el pabellón municipal. Su caso despertó mucha expectación: salió en el programa Siete días, siete noches y la revista Interviú le propuso posar desnuda. "No estoy preparada para eso", asegura.

Entre los deportistas extranjeros que han emigrado en busca de un futuro mejor, hay de todo. Atletas, gimnastas, futbolistas, jugadores de rugby... En un almacén trabajó Leo Gravano, un argentino de 31 años que vive en España desde 2002. Jugador de rugby del CAU, uno de los tres mejores clubes valencianos, Gravano llegó a España por mediación del presidente de un equipo de Albacete, Samuel Fuentes. Varios compatriotas, también jugadores de rugby, se han instalado en Valencia en los últimos años. Gravano llegó con la promesa de que el club le proporcionaría un piso y le ayudaría a encontrar trabajo. "Con el piso no hubo ningún problema", cuenta; "el trabajo fue más difícil".

Casado y con un hijo de tres años, está empleado en una agencia inmobiliaria. "Me faltan contactos, algo que espero conseguir con el tiempo", afirma. Aunque le gusta la ciudad, no descarta volver a Tucumán, donde nació y aún viven sus padres y hermanos. Y eso siendo consciente de los contrastes entre una ciudad y otra. "Los hospitales de aquí", asegura, "son hoteles de cinco estrellas comparados con los de Tucumán. El sistema es mucho más sólido, con una red de servicios amplia. En España, la gente está acostumbrada a pagar sus impuestos, es solidaria. En Tucumán, no. Allí la gente es más egoísta".

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