Tarjeta de Residencia
De nacimiento soy alemana, estoy casada con un español y vivo desde hace 30 años en España, 20 años de ellos en la provincia de Castellón. Cada cinco años tengo que renovar la Tarjeta de Residencia. Las experiencias traumáticas que he vivido en todo este tiempo, durante cada trámite de solicitud, darían material suficiente para escribir una novela entera. Pero el caso reciente ha sido la gota que ha colmado el vaso.
El 5 de noviembre de 2003 he solicitado la prórroga de mi Tarjeta Comunitaria. En enero 2005 me manda la subdelegación una carta para citarme para el 10 de febrero 2005 a las 9.00 de la mañana, con petición de una serie de documentos. Acudo puntualmente a las nuevas oficinas. Me encuentro con una cola de personas a lo largo de dos fachadas, en la cual están mezclados españoles que quieren recoger su DNI, comunitarios que solicitan prórrogas de la TRC, e inmigrantes. Unos, que cumplen los requisitos para legalizar sus papeles, otros, que se cuelan sin tener ni la más mínima idea de las reglas del juego. Todo el conjunto genera un caos organizativo de tal manera que los dos agentes de policía a la vista se quedan totalmente desbordados, y, aparentemente, sin instrucciones superiores. El personal detrás de las ventanillas igualmente desbordados y con señales de agotamiento ya a las 9 de la mañana. Me pregunto, por qué me han mandado una carta con fecha y hora, cuando nadie la hace caso. Mi sensación personal era que una máquina del tiempo me hubiese trasladado de repente a un país en guerra, donde se ha proclamado el estado de excepción, y a raíz de esta situación toda humanidad queda desprovisto de cualquier derecho.
Una vez tomada mi huella digital (ya existe una numerosa colección de la mía en ese departamento), me entrega la funcionaria un volante, indicándome con su dedo índice hacia una dirección nebulosa dentro del recinto, donde sería la entrega del documento solicitado dentro de dos meses. Durante un instante, me quedé parada, atónita y con incredulidad de lo oído. Otros 60 días de espera. Una vez en casa, leo detenidamente el texto del volante: "Caduca a los 45 días".
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