La templanza
Anne Tyler (Minneapolis, 1941) pertenece a ese grupo de escritores que, teniendo el favor del gran público, cuenta con admiradores no menos incondicionales entre escritores y críticos, y, dentro de éste, al más extraño de los que han conquistado esa privilegiada posición por el camino inverso al habitual. En lugar de ganarse el respeto en el mundo literario y más tarde conquistar lentamente lectores, ella tuvo casi desde el principio lectores y lo que ha venido luego ha sido el reconocimiento gradual pero implacable de quienes, reticentes primero ante una autora que tomaba sus temas de la América más plácidamente provinciana y los desarrollaba sin estridencias ni artificiosidades, repartiendo comprensión hacia sus mediocres personajes, tratando de plasmar antes que nada el misterio que se esconde tras cualquier vida, han acabado reconociendo en su obra las indudables riquezas que reporta ese procedimiento cuando se lleva a cabo con las armas verdaderas de un escritor. Lo que distingue fundamentalmente a un escritor es su capacidad de sugerencia, el que, más allá de la concreción que alimenta sus ficciones, sus conclusiones puedan universalizarse, y hay que reconocer que, por mucho que los personajes de Anne Tyler, a fuerza de convencionales, a menudo impacienten al lector por sus previsibles opciones vitales, y esta predecibilidad parezca contagiar la trama (pues no se pueden construir desde el estricto realismo practicado por la autora trepidantes conflictos para quienes no conocen en su vida otras preocupaciones que las templadas del ciudadano medio americano), lo cierto es que Tyler domina la sugerencia como pocos escritores contemporáneos. Algunos de sus personajes femeninos tal vez recuerden, cuando están menos logrados, los estereotipos que pueblan los reportajes pretendidamente sociológicos de las revistas femeninas, pero sobre ellos se superpone siempre un tempo, una riqueza de matices de sentimiento y una intención que no es la del mero retrato de costumbres. Otra cosa es que haya quien se pregunte, pero eso escaparía al propósito de una reseña como ésta, acerca de la validez hoy día de un realismo, vale decir, tan pegado a la realidad.
EL MATRIMONIO AMATEUR
Anne Tyler
Traducción de Gemma Rovira
Alfaguara. Madrid, 2005
424 páginas. 19,50 euros
Dicho esto, lo que correspon-
de señalar de El matrimonio amateur es que en esta novela encontramos a una Anne Tyler plenamente consciente de sus principales recursos y comprometida con ellos a fondo, sin dubitaciones. El planteamiento del argumento ya sugiere que nos adentramos en terreno especialmente abonado: mediante sucesivas catas temporales se nos muestra la vida de una pareja, que nació como tal con la euforia de la entrada de Estados Unidos en la II Guerra Mundial, un tiempo en el que los varones corrían a enrolarse en el ejército y el sueño de las jovencitas era hacerse enfermeras o tener un marido soldado, hasta su derrumbe 33 años después, tres hijos y algún que otro fracaso de por medio. Al trasluz del lento desmoronamiento de un matrimonio que se fraguó apresuradamente, sin que en realidad los dos contrayentes se conocieran, y que por eso se desarrolló lastrado, sin permitirles nunca reconocer al otro ni por eso comprenderlo, Tyler edifica con sobriedad un complejo edificio en el que los más variados matices del amor quedan al descubierto: las incomprensiones, las insatisfacciones, los autoengaños, las compensaciones que aun así proliferan y los pactos a que la vida en pareja obliga. Pero donde sin duda demuestra toda su maestría es en la construcción psicológica de los personajes centrales y, en particular, de ese proceso subterráneo que ambos protagonizan, puede decirse que a pesar de sí mismos, y que acabará con su unión en el momento más inesperado, cuando las dificultades heredadas del error del que partían parecían haber quedado definitivamente superadas. En el hartazgo aparentemente intempestivo de Michael Anton tras hacer recuento en un aniversario de boda que podía haber sido uno más, y en la resignada incapacidad de Pauline Anton para comprender el por qué de que el vaso haya rebosado, se entrevén todos los misterios del corazón humano.
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