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Entrevista:Julio Llamazares | LOS OCHENTA, RETRATO DE UNA GENERACIÓN

"Mi generación pasó de la Edad Media a la posmodernidad"

Julio Llamazares llevaba más de una década sin publicar ninguna novela, aunque como bien matiza el interesado, durante estos años no ha dejado de escribir libros de viajes, guiones cinematográficos y artículos periodísticos. "La narrativa ha sido sacralizada por el mercado", comenta el escritor, "pero a mí me apetece frecuentar un género u otro, según mi momento vital". A punto de cumplir 50 años, Llamazares saca a la luz El cielo de Madrid (Alfaguara), una historia donde vuelve, literariamente, la vista atrás hacia los años ochenta cuando toda una generación, su generación, pasó de la juventud a la madurez en medio de una época de cambios vertiginosos. Con el telón de fondo de la ciudad de Madrid, que se convierte en un personaje más, la novela recorre las etapas de su protagonista principal a través de los círculos de la Divina Comedia, de Dante, desde el limbo al cielo pasando por el infierno y el purgatorio.

"A partir de un momento de la vida las pérdidas afectivas pesan más que aquello que has alcanzado"
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PREGUNTA. Las dos primeras frases de su novela, que algunos consideran definitorias de lo que se va a contar a continuación, dicen: "En el verano de 1985, todos teníamos ya treinta años. Quiero decirte con ello que todos éramos ya conscientes de que nuestra juventud se acababa". ¿Ha querido escribir una novela generacional?

RESPUESTA. Tengo que decir que yo escribo más a partir de la intuición o del instinto que de la reflexión. Ahora bien, es cierto que llega un punto en el que empiezas a pensar en lo que has hecho en la vida, te surgen una serie de preguntas e intentas escribir, en definitiva, la novela que te gustaría leer. Es indudable que El cielo de Madrid tiene rasgos autobiográficos en varios personajes que, en medio del trayecto de la vida, se paran a pensar sobre el camino recorrido. Mi generación vivió, cuando era joven, en un país como España que pasó de la Edad Media a la posmodernidad en cuatro días y esas turbulencias conforman un buen material narrativo. De todos modos, creo que todas las generaciones han soportado turbulencias. Tengamos en cuenta, sin ir más lejos, la generación de nuestros padres que crecieron y se formaron como adultos en medio de una guerra civil y de una posguerra.

P. Las pérdidas afectivas, es decir, las rupturas amorosas, las muertes de los padres, los amigos que se van, están muy presentes en su novela.

R. Está claro que la vida es una sucesión de pérdidas, llega un momento en que "arden las pérdidas" como dice el poeta Antonio Gamoneda. A partir de un cierto momento, esas pérdidas cuentan más, pesan más, que todo aquello que has alcanzado. Pero es así y vas percibiendo que la vida se revela como una perpetua contradicción entre la libertad y la seguridad, el amor y la independencia, los sueños y la realidad...

P. A propósito de sueños, en un pasaje de su novela el protagonista subraya que desde cierta edad los sueños se transforman en ambiciones. ¿Los personajes de El cielo de Madrid

encajan mal tanto el triunfo como el fracaso? ¿Por qué?

R. He conocido el éxito de alguna forma, y la verdad es que existe un antes y un después de convertirte en alguien conocido, aunque sólo sea a una escala reducida. Esta sensación descoloca y fue algo que me ocurrió en una época. Pero aquello que he pretendido reflejar en la novela se refiere a que los sueños se desvanecen cuando los conviertes en realidad y entonces te mantienen vivo el afán de perdurabilidad o la ambición de poder. Sin embargo, aquello que todos buscamos es la felicidad y creo que esa sensación de bienestar sólo se encuentra en las pequeñas cosas, un descubrimiento al que llega el pintor que protagoniza El cielo de Madrid. En el fondo, Carlos es feliz mirando las nubes todos los días después de comprobar que el cielo de cualquier ciudad está hecho de los sueños de los que allí vivimos.

P. ¿Su novela es, de algún modo, un homenaje literario a la ciudad de Madrid?

R. Nací en un pequeño pueblo de León, pero he pasado ya la mitad de mi vida en Madrid, que tiene un cielo que ha sido idealizado a través de la historia y de la literatura. Más que una ciudad, Madrid es un símbolo adonde llega la gente persiguiendo sus sueños de trabajos, de amores, de estudios... Al fin y al cabo, Madrid es una ciudad inventada y en ello radica su grandeza y también su miseria. Madrid no es una capital a orillas del mar, ni se sitúa junto a un gran río, ni se encuentra en una encrucijada de caminos, ni tenía una importancia estratégica en el pasado. Por eso es inventada. En mi última novela he pretendido que Madrid actúe como un espejo y, al mismo tiempo, como un personaje más.

P. La noche forma parte también del paisaje de fondo de la narración. Se nota que usted ha vivido mucho la noche madrileña.

R. Me gusta escribir de noche y, en multitud de ocasiones, me he asomado a la ventana y he observado todas las vidas que se esconden en cada casa. Se podría afirmar que detrás de cada luz encendida hay material para escribir una novela. Como escritor, me he sentido muchas veces un sonámbulo en la noche.

P. ¿Por qué ha elegido un pintor como protagonista de su narración?

R. Bueno, a mí me habría gustado más ser pintor que escritor. Además creo que un color o una música no necesitan ser traducidos. Un cuadro o una melodía describen un sentimiento que resulta muy difícil trasladar en pocas palabras. He querido escribir una novela pintada donde el artista es quien la cuenta y la pinta a partir de ese cielo que pinta y evoca.

P. Un niño recién nacido es el destinatario de la narración y la novela está dedicada a su hijo. ¿Le ha influido la paternidad a la hora de contar esta historia?

R. Todos escribimos en función de nuestras vidas porque aquello que no has vivido, no puedes contarlo. Fui padre mientras trabajaba en El cielo de Madrid y qué mejor destinatario que mi propio hijo. De cualquier forma, la escritura de la novela me ha ocupado durante cinco años y, en realidad, pienso que comencé a imaginarla el mismo día en que llegué a Madrid.

P. Los viajes tienen un peso determinante en sus personajes hasta el punto de que transforman su evolución posterior.

R. Creo que la literatura por antonomasia es la de viajes hasta el punto de que los libros fundacionales de las diversas literaturas responden a este género. Pensemos en la Iliada, la Odisea, el Quijote o el Mío Cid. El viaje siempre es una metáfora de la vida y como tal la utilizamos los escritores. A mí me atraen especialmente los veranos como material narrativo porque van puntuando la formación de la gente y porque significan un tiempo lleno de imaginación y de sueños. Los veranos no representan en absoluto unos paréntesis en la vida, como creen algunos, sino que actúan más bien como cierres de época, como finales de capítulos. El verano muestra la conciencia del paso del tiempo y de ahí que el protagonista de El cielo de Madrid rompa con su pareja al regreso de un viaje a Suecia o compruebe, tras una visita a Gijón, que ni sus amigos ni él son ya los mismos. Hasta tal punto creo que es importante esa estación del año que me ha surgido el impulso de escribir otra novela que lleve por título Los veranos.

P. ¿Eso significa que volverá a publicar novelas con cierta regularidad?

R. No me considero un escritor profesional, aunque no pare de escribir. Me niego a esa tendencia a publicar una novela cada equis tiempo, yo no puedo acelerar el ritmo de escritura de una novela. Claro que podría escribir una novela cada mes en plan de "Rosa entró en la habitación y miró a su alrededor", pero la elaboración de una novela requiere su tiempo y has de encontrar la luz, el color, la música, los personajes, el ambiente... Se ha extendido en los medios literarios una cierta sacralización de la novela como un género superior, como si los demás no fueran literatura. Esta sacralización responde a criterios academicistas, pero también a las imposiciones del mercado que buscan favorecer a la novela porque, en general, se vende mejor en las librerías. En los últimos años he escrito, entre otras cosas, dos libros de viajes, dos recopilaciones de artículos periodísticos y guiones cinematográficos, como el de Flores de otro mundo, junto con Icíar Bollaín. Pero da la impresión de que si no publicas una novela es como si no hubieras escrito nada.

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