Madrid feo
Aún no se ha escrito, que yo sepa, un equivalente madrileño del estupendo libro La Barcelona lletja (La Barcelona fea), que el cronista catalán Lluís Permanyer publicó hace cosa de un año. No será por falta de especímenes. Madrid tiene, es cosa sabida, muchos edificios hermosos de todos los estilos y épocas, pero también abunda en bodrios arquitectónicos iguales o peores a los que Permanyer examina en su libro (aunque encuentro excesivamente duro su juicio sobre el Auditori de Moneo y El Corte Inglés de la Plaça de Catalunya, muy ennoblecido por el remate que le añadió Oriol Bohigas).
El tarro de las esencias horripilantes lo ha destapado estos días la Comunidad, de la que es vecina y presidenta Esperanza Aguirre, con un anuncio de promoción madrileñista en el que las ensalzadas bellezas del Escorial y el Retiro se ilustran con la fotografía a toda página del que, según mi ranking particular, tiene un puesto asegurado en la terna de les més lletges de Madrid: la parroquia neogótica de Nuestra Señora de la Concepción, situada en la calle de Goya. Este engendro blanquinoso y perforado de ojivas pasteleras, que por desgracia veo casi todos los días al cruzar alguna de las arterias del corazón franciscofrancófilo del barrio de Salamanca, conserva además bien visibles en su fachada los símbolos del antiguo régimen: la placa de homenaje a los "caídos por Dios y España" y el "¡Presentes!" de la muchachada falangista. Mientras Gallardón encarga burbujas geodésicas para el futuro Ayuntamiento de Cibeles, a Aguirre no le da vergüenza mostrarse neogótica.
Como asiduo paseante urbano, tengo, naturalmente, mi propia categoría de fealdades, de la que no excluyo el edificio donde vivo, que algún benévolo considera peculiar. Es ése un signo de todos los tiempos. Lo que nació deforme y con mala sombra, puede, al paso del tiempo -que lima lo áspero- adquirir el rango de suave rareza o folly, el estrambote constructivo que los británicos aprecian mucho. Yo, por ejemplo, me eduqué en el oprobio a la Torre de Valencia erigida aviesamente sobre el Retiro, y ridiculizando con los amigos el llamado "enchufe" de la plaza de Colón. Creo que la primera se estudia ya en los libros, y el segundo, obra de Lamela, figura destacadamente en la exposición antológica de homenaje a ese estudio de arquitectos que ahora mismo puede verse en las salas de Nuevos Ministerios.
Las ciudades antiguas y señoriales, Madrid, Londres, París o Barcelona, mantienen una relación difícil, de inferioridad y soberbia, con los rascacielos. Los primeros en alzarse en sus calles pudieron ser tenidos, en su agresividad al skyline secular, como formulaciones esotéricas de una cultura plebeya aunque despabilada. Los nuevos ricos de la noble ciudad. El desconcierto cunde cuando estas torres no sólo proliferan sino que adoptan formas caprichosas, parlantes, capaces de superar en su elocuencia a las catedrales, murallas, museos y otros edificios históricos. Me dicen algunos amigos que en Barcelona hay visitantes extranjeros, no todos del género epiceno, que encuentran más sexy el supositorio de Nouvel que la Sagrada Familia de Gaudí, y en Valencia no digamos: pudiendo ver ese pequeño Chicago inmobiliario crecido en torno a las ocurrentes follies de Calatrava en la Ciudad de las Ciencias y las Artes, ya nadie sube al Miguelete de la Catedral.
Madrid no está mal de torres, puesto que las tres peores antes mencionadas (la Torre de Valencia, el enchufe de Colón, el campanario de la iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación) se concentran en un reducido perímetro. Uno puede ponerse de espaldas a ellas y mirar Castellana arriba, con más de un regalo para los ojos, o hacia el noreste, donde, a pocos metros del feo si bien peculiar rascacielos del anuncio de Iberia, siguen luciendo su atractiva silueta marciana y estratosférica las Torres Blancas de Sainz de Oiza.
El implacable catálogo razonado de Lluís Permanyer sobre La Barcelona lletja sirve, entre otras cosas, para certificar los monstruos de la arquitectura barcelonesa, negándoles pedigrí o una posible recuperación kitsch. Porque a ese respecto hay momentos en que no las tengo todas conmigo. ¿Y si se produce un bandazo estético, subvencionado por Esperanza Aguirre, y llega el día en que se propone a la Almudena, con las pinturas de Kiko dentro, como exponente del Madrid bonico?
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