Distintos métodos de vender arte que no se cuelga
El arte digital se va abriendo paso en los abruptos caminos del mercado del arte. Las que lo tienen más difícil son las obras de net.art, inmateriales y tan lejanas de la noción de acumulación de objetos que preside cualquier colección de arte.
"Los compradores suelen ser instituciones, porque los coleccionistas aún la consideran una inversión arriesgada. El imperialismo de los objetos sigue existiendo", afirma Lea Rekow, de la galería Gigantic Art Space que, para sortear el problema, vendió impresiones personalizadas (a 300 dólares) de Starrynight, un software para la visión de datos, creado para la colección de obras de net.art de Rhizome.
Pese a la dificultad, también el net.art se vende; incluso hay artistas que se están especializando en obras de software art, como Golan Levin y Mark Napier, ambos representados por la galería Bitforms.
En su stand, entre otras piezas, se exhibe una instalación de Yael Kanarek (Heart in a heart, 11.538 euros), basada en su célebre proyecto de net.art World of Awe, un viaje fantástico en busca de un tesoro perdido, relatado a través de fragmentos de diario y cartas de amor que exploran las conexiones entre narrativa, memoria y tecnología.
Como era previsible, la realidad ha confirmado que las piezas que más fácilmente acceden al mercado son aquellas con objetos e instalaciones. El caso más macroscópico es el de Rafael Lozano-Hemmer, cuyo ritmo de producción y venta está alcanzando cotas espectaculares. Su instalación interactiva 33 preguntas por minuto, producida en cinco copias, se vendió el año pasado en Arco por 30.769 euros. Hace poco, en la feria de Basilea, alcanzó los 42.307, y la última se vendió a 50.000. En la sección dedicada a México, país invitado de Arco 2005, la galería OMR expone dos piezas de Lozano: Tensión Superficial (26.923 euros), una proyección interactiva de un ojo humano que sigue los movimientos del visitante por la sala, y Caguamas Sinápticas (69.230 euros), una escultura de botellas de cervezas, cuyos movimientos reproducen las conexiones neuronales del cerebro. "Para poder realizar los grandes proyectos de creación colectiva en el espacio público a través de Internet, como el Alzado vectorial cuyo montaje cuesta unos 500.000 euros, utilizo un modelo de financiación más parecido al de las artes escénicas. Se trata de intervenciones efímeras, así que se me paga un honorario por la función", apunta Lozano.
La Galería Metropolitana de Barcelona expone una performance instalación del colectivo neoyorquino Fakeshop y unos vídeos digitales de Bigas Luna (6.000 euros), cuya novedad reside en el soporte con el que se puede detener la imagen. Bigas Luna presenta también su proyecto para Internet Microcosmos en el que, a partir de dibujos que el cineasta realizó durante el rodaje de Son de Mar, el usuario puede extrapolar un fragmento, manipularlo por la Red y, si quiere, adquirirlo junto con una impresión de la obra original (3.000 euros). Una prueba más de las infinitas y muy distintas posibilidades de vender arte digital.
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