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Columna
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De Madrid al hoyo

El hundimiento del barrio barcelonés del Carmel, provocado por la irresponsabilidad de los tuneladores insaciables, produjo, entre sus dolorosas secuelas, un pequeño e intempestivo homenaje que un diario madrileño dedicó, con foto incluida, al anterior alcalde de la Villa, modelo, según constaba en la información, de tunelador responsable. Al pie de la imagen del ex alcalde, retratado en su apogeo, se explicaba que el mérito de don José María Álvarez del Manzano residía en haber rechazado el método "austriaco" de tunelación, que tan lamentables efectos ha causado en Barcelona. De tunelador a tunelador, Manzano legó a su sucesor en el cargo un método mucho más seguro para hozar en las entrañas de las ciudades sin provocar grandes descalabros.

Sólo pequeños descalabros: un socavón de 300 metros, causado por la urgente excavación del túnel de la risa, que unirá las estaciones de Atocha y Chamartín, estuvo a punto de amargar las primeras horas del examen preolímpico de la candidatura madrileña. Mientras los examinadores gozaban de una jornada de turismo arquitectónico, deportivo y gastronómico en la céntrica, pero no muy olímpica, calle de Hortaleza, una de las tuneladoras que socavan Madrid abría brecha en un colector de aguas y la inundación generaba un boquete en el asfalto. Con inusitada celeridad taparon los obreros el socavón inoportuno, se restableció el tráfico y los inquilinos de los edificios afectados, entre ellos un colegio de monjas, fueron tranquilizados, los cimientos aguantan y aquí no ha pasado nada, cubramos con un velo de asfalto el incidente y de nuevo manos a la obra.

"Fui edificada sobre agua", reza, y no de balde, el lema de una ciudad que compensa la modestia de su río con la profusión de sus manantiales y aguas subterráneas. Madrileños de todas las épocas dieron con ellas cuando, por necesidades de salubridad o de seguridad, enredaron en el subsuelo abriendo túneles, pasadizos y galerías. Con tanto ajetreo de movimientos de tierras, las aguas subterráneas mil veces reconducidas siguen apareciendo por donde menos se las espera. La tunelación, horrible palabro, de Madrid, se intensificó con las grandes obras públicas del siglo XX y vive su apogeo en estos días en los que la tecnología de la excavación alcanza cotas de alta precisión. El método "austriaco", dicen ahora, sólo sirve cuando se trata de suelos compactos y rocosos, condiciones que no se dan ni en Madrid ni en Barcelona. En Madrid, las tuneladoras viven una situación de privilegio con campañas de promoción, muchas fotografías en la prensa, profusión de datos sobre su capacidad de penetración e, incluso, concursos escolares en los que se invita a la infancia a bautizar con nombres cariñosos a las monstruosas máquinas como si se trataran de simpáticos animales de compañía, poderosos dragones de dibujos animados o cibernéticas criaturas de videojuego.

Para satisfacer la voracidad insaciable de las tuneladoras, el señor de los subsuelos las ha dejado sueltas para que devoren, bajo coartada, las tripas de la urbe sin un momento de descanso, que hay que amortizar. Cuesta comprender la prioridad que tiene para el Ayuntamiento la construcción del hilarante túnel y de la estación intermedia de Alonso Martínez cuando ya existe una vía directa y recta de comunicación bajo el pavimento de La Castellana entre Atocha y Chamartín, y las ciudadanas y los ciudadanos, ahítos de obras y zozobras, empiezan a preguntarse si la mejora del transporte y de las comunicaciones es sólo coartada que sirve para poner en movimiento tierras y capitales, negocios y beneficios.

Entre zanjas intencionadas y socavones fortuitos, entre grietas, estruendos y trepidaciones, los vecinos que viven en las zonas afectadas por las grandes obras sienten justificados temores. En una carta publicada ayer en este periódico, una madrileña apocalíptica expresaba sus temores por esta funesta manía de "horadar y agujerear una buena parte del casco histórico de Madrid", donde existen edificios más que centenarios. Doña Inmaculada Vázquez pedía a las autoridades municipales seguridades sobre los megaproyectos tunelicios para que no caigamos en el hoyo, como los del barrio del Carmel.

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