Capitulaciones
La campaña electoral del próximo referéndum para aprobar o rechazar el nuevo tratado constitucional de la UE transcurre sin pena ni gloria. A los ciudadanos les trae sin cuidado, ya que no hay más suspense que la tasa de participación: ¿sobrepasará la mitad del censo? Y la clase política tiene la mente puesta en el plan Ibarretxe. Sin embargo, podría buscarse alguna relación entre ambas cuestiones, aunque sea traída por los pelos. Al fin y al cabo, cuando se supone que nos disponemos a avanzar un paso más en el proceso de integración europea, la cuestión que hoy mismo centra nuestra agenda política es más bien la desintegración del Estado español, ya sea para transformarlo en un federalismo plurinacional, como pretende el señor Puigcercós, de Esquerra Republicana de Cataluña, o para descomponerlo en una confederación de Estados libremente asociados, como sugiere el señor Ibarretxe, del Partido Nacionalista Vasco.
Ante esto, una forma de plantear la relación entre ambos asuntos, el de la integración europea y la desintegración española, sería pedir el sí en el referéndum europeo para reforzar el no que acaba de darle el Parlamento español a la propuesta presentada por el Parlamento vasco. Ésta sería la postura esperable de quien se haya sentido identificado con el discurso que el señor Rajoy pronunció la otra tarde en el Congreso de Diputados. Discurso por otra parte inteligente, acertado y digno de ser suscrito. Pero otra respuesta posible sería sugerir al partido del señor Ibarretxe (ya que a este mismo no parece haber forma humana de hacerle entrar en razón) que tome nota del proceso seguido para redactar y aprobar el Tratado Constitucional europeo para que intente aplicarlo a la ya inevitable reforma del Estatuto vasco. Ésta sería la postura que cabría deducir del discurso pronunciado por el señor Zapatero en la misma ocasión, que pareció invitar a los nacionalistas vascos a olvidarse de su propuesta, rechazada por las Cortes españolas, para crear una especie de Convención Vasca que, como la Convención Europea que aprobó el Tratado que nos disponemos a votar, o como la ponencia para la reforma del Estatut formada en el Parlament de Cataluña, se comprometa a elaborar por consenso, y con la participación de todos los representantes de los vascos no violentos, otra refundación más pluralista del Estatuto de Guernika.
Y es que a estas alturas ya no se puede pedir a los nacionalistas vascos una capitulación en toda regla ante la soberanía legal madrileña. Después de lo que ha llovido con todas las malintencionadas provocaciones del señor Aznar, ni siquiera el pactista señor Imaz (y mucho menos el montaraz Ibarretxe) se atrevería a capitular ante Madrid. Así que resulta preciso ofrecerles un nuevo abrazo de Vergara para que puedan salvar la cara ante su clientela territorial. ¿Que eso sería un pasteleo farisaico y una interesada componenda? Sin duda. Pero lo mismo sucede con el Tratado Constitucional de Europa, que no es más que una carta otorgada desde arriba disfrazada de acuerdo constituyente para encubrir la desnuda realidad. ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo? Sólo para cubrir las apariencias, pues no estamos todavía ante la Europa de los derechos, sino sólo ante la Europa de los intereses nacionales. Y es que, con Constitución o sin ella, en Europa seguirán mandando Londres, Berlín y París.
Así que capitulemos ante Europa sin ninguna vergüenza y votemos sí en el dichoso referéndum. Ya sé que en puridad habría que abstenerse o votar no, pues esto no es una Constitución, porque no hay soberanía popular, accountability ni separación de poderes. Pero es que aquí no se trata de plantear un matrimonio por amor, la mitad de los cuales acaba en divorcio, sino de contraer matrimonio por interés, que son los que a la larga mejor funcionan. Pero, claro está, para ello hay que firmar antes las necesarias capitulaciones matrimoniales. Como hicieron Isabel y Fernando, cuando casaron a Castilla con Aragón. Y como hoy deberían hacer Madrid, Barcelona y Vitoria.
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