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Reportaje:PERSONAJES

A toda vela contra las olas raciales

Marcello Burricks y otros jóvenes negros de origen marginal luchan por representar a Suráfrica en la Copa del América de 2007

Mucho antes de que Marcello Burricks naciera, la policía del apartheid (segregación racial) de Suráfrica arrancó a su madre y su familia de su hogar en Simon's Town, un pueblo histórico en el cabo de Buena Esperanza, y los envió a un gueto pobre: Slangkop (Cabeza de Serpiente). Su pecado era ser mestizos en un lugar reservado a los blancos. Slangkop es donde se crió Burricks, donde se separaron sus padres y donde se juntaba con bandas y veía a hombres morir en las calles. Cuando tenía ocho años, un compañero de clase le apuñaló. Cumplidos ya los 14, fue detenido por dar una paliza a un profesor del instituto. Hoy, Burricks, a sus 19, ayuda a equilibrar la vela mayor en un barco de 25 metros en la bahía de Table. Los únicos con los que quiere batirse son Larry Ellison, Ernesto Bertarelli e infinidad de multimillonarios más en la Copa del América: "Tengo una oportunidad y la aprovecharé".

Los deportes son un potente motor de inspiradoras historias. Un iconoclasta magnate de la navegación prepara la primera embarcación africana para la histórica regata, de 153 años de antigüedad, que en 2007 se disputará en aguas de Valencia. Como carece de patrocinadores adinerados, compró un yate de segunda mano y reclutó a una heterogénea tripulación de jóvenes negros y mestizos, algunos de los municipios más duros. Los profesionales [blancos] se mofaron. Pero empezaron a clasificarse por delante de algunos de los mejores.

Nadie espera que el equipo Shosholoza obre un milagro y gane la Copa del América. Pero sus logros ya son milagrosos de por sí. Han echado por tierra la imagen de las regatas como un coto para ejecutivos ricos y tripulaciones blancas. Han planteado la deliciosa posibilidad de que quienes no escatiman 75 millones de euros en las competiciones sean humillados por un rival con un cuarto de ese presupuesto y un marinero con cicatrices de peleas con navaja. Han atraído a una firma alemana que ha invertido en ellos 13 millones cuando se estaban quedando a cero. Y, sobre todo, está la mayor conquista: reunir a unos jóvenes con futuros sombríos y demostrarles que pueden enfrentarse a los mejores.

"No es una obligación, pero todos deberían hacer algo por estos chicos", afirma Salvatore Sarno, el ejecutivo de la empresa naviera que es la fuerza motriz de Shosholoz, el título de una canción de los viejos trabajadores africanos sobre la lucha conjunta hacia un objetivo común; "les han robado durante cien años hasta el derecho a llamarse hombres. Ahora nos toca dar a nosotros". Sarno es el primero en decir que Shosholoza está dando una oportunidad a hombres de color, nada más. Como los blancos, deben probar que son capaces o serán sustituidos: "Me preguntan: '¿Los contrata por motivos políticos?'. Ridículo".

Ian Ainslie, que ha participado en tres Juegos Olímpicos y que es el estratega del equipo, comenta que los negros se han ganado sus galones: "Muchos eran escépticos. Decían que podíamos probarlos, pero que no darían la talla. No ha ocurrido así. Han estado a la altura". Eso no tiene nada de sorprendente: las dotes para la navegación no tienen que ver con la piel. Pero las regatas, que engullen dinero y tiempo libre, no han sido para la gente de color, escasa de ambas cosas. En siglo y medio, poquísimos equipos de la Copa del América la han incluido. Los últimos competidores de color ganadores navegaron hace 13 años en el América 3. Ninguna tripulación ha tenido nunca casi un tercio de miembros que no fuesen blancos.

Que Shosholoza tenga siete negros en su tripulación de 24 hombres es debido a la alianza entre Sarno y Ainslie, amigos y compañeros de navegación durante 15 años. Al regresar de Atlanta 96, Ainslie enseñó geografía, matemáticas y estudios marítimos en un instituto de Simon's Town. Allí conoció a Golden Mgedeza y Solomon Dipeer, dos negros de 15 años de Kwa Thema, a las afueras de Johannesburgo, cuyas notas les habían valido becas. Los dos habían sido cadetes navales en su ciudad. Su experiencia consistía en haber remado en un bote en un lago. Pero bajo su tutelaje comenzaron a navegar en serio y a engatusar a los marinos en el club náutico local para intervenir en las regatas de fin de semana. Mientras tanto, Ainslie comenzó a preparar Sidney 2000 dando clases gratuitas a negros pobres de los alrededores: "Por diversión". Se corrió la voz y pronto se vio asaltado por jóvenes ansiosos de pasar un día en un barco. A Burricks también le llegó el rumor: "Mi padre era pescador y mi abuelo cazador de ballenas. Siempre estuvimos cerca del mar". A los 12 años se las apañó para matricularse en una clase de vela para chicos de 15. "Vino a nuestra escuela y se convirtió en el más entusiasta", dice Ainslie.

Entonces llegó el magnate naval que compartía el interés de Ainslie por los desfavorecidos. Como fundador de la empresa Mediterranean Shipping, de Ginebra, segunda portacontenedores mundial, patrocinaba regatas en Durban para jóvenes. Entre ellos estaban los protegidos de Ainslie: Mgedeza, Dipeer, Burricks y Ashton Sampson y Sieraj Jacobs, más experimentados.

Sarno adoptó a los cinco, convirtiéndolos en miembros de la tripulación de su barco. Ainslie les animaba y navegaba con ellos. En 2002, Mgedeza se convirtió en el primer negro que ganó la carrera más codiciada de Suráfrica, la Copa Lipton, y fue elegido navegante del año. Compitieron frente a las costas de Mozambique; de Cabo Verde a Río; en Newport, Rhode Island... Sarno comenzó a hablar de una solicitud para la Copa del América. A Ainslie le pareció "una locura": "No hay tanto dinero en el país".

Sin darse por aludido, Sarno convocó a su tripulación negra. "Os arrepentiréis cien veces de marcharos. No os haréis ricos. Pero lucharemos en Valencia y un día el presidente Mbeki os mirará a los ojos, os estrechará la mano y os dirá: 'Suráfrica está orgullosa de vosotros", les dijo: "Todos nos abrazamos. Era Shosholoza".

Burricks se levanta cada día a las cuatro de la madrugada, coge un taxi, un tren y otro taxi hasta la bahía de Ciudad del Cabo y navega. Vuelve a casa a las siete de la tarde. Ha dejado su trabajo como afilador: "A veces estás tan cansado que no tienes ni apetito. Pero nos han dicho que no hay garantías de que podamos estar en el barco. Hay que esforzarse".

Entre los ocho aspirantes a participar en la Copa, el Shosholoza va el séptimo después de tres regatas. Engañoso: otros tripulan barcos último modelo. En carreras individuales han llegado a quedar los cuartos. Pronto, gracias en parte a la inyección de 13 millones de T-Systems, un gigante germano de la tecnología de la información, se botarán dos nuevos Shosholoza, más rápidos. El primero, en abril. Y la tripulación mejora. "Cuantificar es difícil", afirma Paul Standbridge, el británico que dirige el equipo; "pero yo diría que estamos a un 60% de los demás. Creo que llegaremos con facilidad al 75%". Eso es muy poco, replica Burricks, que pone como ejemplo su propio anhelo por conseguir un lugar en Shosholoza: "Si te esfuerzas y haces cosas, puedes conseguirlo. Es una de las pocas veces en que me ha parecido que he hecho algo. He trabajado duro y ha tenido su recompensa".

© The New York Times

El <i>Shosholoza </i><b>(RSA,48), durante una regata. Abajo, Marcello Burricks.</b>
El Shosholoza (RSA,48), durante una regata. Abajo, Marcello Burricks.EFE

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