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HISTORIAS DEL 'CALCIO' | FÚTBOL | Internacional
Columna
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Problemas genéticos

Los futboleros italianos tienen en el ADN algo que podríamos llamar gen catenaccio. En un sentido literal, el catenaccio ya no existe porque, como afirma Luigi del Neri en su Manual de Táctica, la receta del auténtico cerrojo a la italiana requiere un defensa libre por detrás de los centrales, algo que hoy no usa casi nadie. Pero la mayoría de los tifosi sigue oyendo en su alma una vocecita que dice algo así como: "Todos atrás, faltas tácticas en el centro y balonazos al área contraria a ver si salta el rebote".

Esa vocecita no les sale a veces del alma, sino de la Presidencia del Gobierno, que es peor. Dino Zoff dimitió como seleccionador pese a llevar a Italia a la final del Europeo 2000 y perder ante la potentísima Francia por un gol de oro en la prórroga porque no quiso soportar la bronca cattenacista de Silvio Berlusconi. "Había que frenar a Zidane. Hasta un aficionado se habría dado cuenta. La táctica ha sido indigna", dijo Il Cavaliere. "Prefiero pensar en los míos que en los rivales", dijo Zoff y... se fue.

La manía cerrojera pesa sobre un sector minoritario que prefiere el fútbol ofensivo, alegre e imaginativo. Incluso empieza a provocar conflictos íntimos entre los muchos que consideran que un partido con más de un gol no deja de ser una frivolidad. Esto se nota en las tertulias, en las que siempre, antes o después, se pronuncia con pesadumbre el nombre de Santiago Segurola. Por una especie de poliglotismo mágico, hasta quienes no hablan español aseguran estar al corriente del poco afecto del cronista de EL PAÍS por el defensivismo tradicional del calcio. Y se lamentan. "¿Qué le hemos hecho a Segurola?", preguntan desconsolados; "¿por qué no nos quiere?". Acto seguido, juran que también son contrarios al catenaccio. Pero añaden: "Pero hay que saber saborear también una buena defensa". Y ya estamos con lo mismo.

Un problema del calcio, quizá el gran problema, radica en que a final de temporada suelen salir ganando los equipos resultadistas, ésos que llevan adheridos en las crónicas adjetivos como férreo, rocoso o, en estricto italiano, grintoso y agonistico. Salvo en el caso del Milan, capaz de montar una muralla y de asaltar simultáneamente la del adversario, el marcaje, la presión y las pequeñas astucias -el talento se da por descontado- terminan siendo claves para el éxito.

Podría suceder un milagro. Podría suceder que el Inter, el hermoso vencido del calcio, que ayer obtuvo su empate número 15 en la Liga, ganara algo por fin. Lo que fuera. Podría ocurrir que el Inter recuperara sus 11 puntos de desventaja respecto a la Juventus y se hiciera con el scudetto -un milagro celestial- o que alzara la Champion -ni siquiera un milagro: un fenómeno paranormal- y se demostrara que el riesgo, la locura y el genio también cuentan.

Hace semanas hablábamos de las tristes glorias del Inter, su mala suerte y sus impulsos autodestructivos. Permitan que este corresponsal -interista: no crean que existe el periodismo imparcial- diga hoy que no existen emociones como las que proporciona La Bienamada y que, sobre la balanza del desenfreno atacante, Adriano, Vieri y Martins pesan más o menos lo mismo que Ronaldo, Raúl y Zidane. El Inter remontó ayer un 2-0 en Parma y llegó al 2-2 en cinco minutos con un furor de locura jugando el segundo tiempo con uno menos. El equipo del bello Mancini se defiende mal -según la vara italiana- y necesita ir por detrás para desatarse, pero, cuando se suelta, echa por tierra cualquier defensa y tradición catenaccista. Si aún es posible una mutación genética en el ADN del calcio, la mutación es de color negro y azul.

Vieri, tras marcar el gol del empate del Inter ante el Parma.
Vieri, tras marcar el gol del empate del Inter ante el Parma.ASSOCIATED PRESS

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