Claro que sí
Apenas a mes y medio de la cita con las urnas, el asueto de los pasados días navideños nos ha permitido hacer una motivada lectura al texto extenso del Proyecto de Tratado por el que se instituye una Constitución para Europa.
Poco se ha oído hasta ahora del tema y apenas el tiempo que resta va a dar lugar para estudiarla; por eso tendremos que votar un texto que conocerán pocos y poco.
A la complejidad de la materia se une la limitación del tiempo, la escasez de medios económicos destinados a la campaña electoral, y, al parecer, la no confesada falta de entusiasmo de algunos partidos políticos en que la cita tenga éxito completo.
Una idea nada peregrina para compensar esas carencias podría ser poner a la venta en los quioscos un folleto con el texto, al módico precio de un periódico, y otra, facilitar por la televisión direcciones de internet donde se puede obtener el mismo. Seguro que habrá más gente interesada en adentrarse en esa lectura apasionante de la que pudiera parecer, que permitiría, en palabras del actual presidente del Parlamento Europeo, el doble e importante reto de vencer la ignorancia y la indiferencia.
La convocatoria del referendum supone para los ciudadanos una fiesta que, además, no nos exige nada a cambio. No podemos compartir la interpretación pesimista que Hermann Tertsch hacía en EL PAÍS el 14 de diciembre en un artículo titulado Sobre consentimientos, retos y aventuras: "Habrá que votar con un sí a la constitución, con entusiasmo o sin él. Aunque sólo fuera porque la alternativa sería un desastre". Votar afirmativamente sí, pero también con convencimiento, con satisfacción.
En principio, votar es un derecho y, en esta ocasión significativamente, en la que el resultado parece estar decidido a priori, también un deber ciudadano. Decía Víctor Hugo que "Vivir es estar comprometido".
El voto del día 20 de febrero nos permitirá manifestar no solamente nuestra opinión en torno al texto, en conjunto muy positivo, sino al mismo tiempo una ratificación a lo hecho por Europa y por nuestros sucesivos Gobiernos hasta ahora, desde la gestión de la incorporación de España, pasando por la implantación del euro, hasta la última reciente ampliación a 25 miembros; hechos sobre los que no pudimos pronunciarnos directamente en su momento, testimoniando también nuestra clara apuesta por Europa, que arrumbe las dudas sembradas en momentos recientes de nuestro pasado.
Europa ha sido y es para los españoles una garantía de estabilidad democrática y de progreso en todos los órdenes, pero a su vez se ha convertido en un reto, un estímulo, un aliciente y en algún aspecto también un riesgo, si nos falta coraje, por la mayor e inmisericorde competitividad. Especialmente para los jóvenes, estudiar en Londres, trabajar en Roma, abrir un comercio en Budapest, tener una segunda vivienda en el Algarbe, va a ser tan factible como hace treinta años lo habría supuesto programar Barcelona, Sevilla o Vigo como el lugar ideal para nuestros proyectos de futuro.
Dudo ahora si es a Votaire a quien debemos atribuir la frase: "Amo a las gentes que piensan y que me hacen pensar". Ésta es una ocasión para ello, para adentrarse a conocer o al menos curiosear un texto cargado de grandes principios, de los que es fácil desgranar sólo algunos:
1. Los fundamentos de la Unión: Respeto a la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto a los derechos humanos, el pluralismo, la tolerancia, la justicia, la solidaridad, la no discriminación.
2. La finalidad de la Unión es: Promover la paz, sus valores y el bienestar de sus pueblos; la Unión ofrece a sus ciudadanos un espacio de libertad, seguridad y justicia sin fronteras interiores y un mercado único con competencia libre y no falseada.
3. Libertad de circulación de las personas, bienes, servicios y capitales y libertad de establecimiento en toda la Unión.
4. Creación del concepto de ciudadanos de la Unión, que nos convierte en titulares de los derechos y deberes consagrados en la Constitución Europea.
5. Igualdad de todos los ciudadanos, sin olvidar los más débiles y desfavorecidos.
6. La transparencia en el funcionamiento de todas sus instituciones.
7. El respeto a los datos personales, a la diversidad de lenguas y culturas, a las asociaciones religiosas y la no intromisión en las mismas.
8. La buena gestión financiera.
9. La unidad en la diversidad, como divisa de la Unión.
No menos atractivo resulta el conocimiento de sus instituciones, su composición, funcionamiento, competencias y las normas que de ellas emanan. Esta tarea se hace más fácil en el nuevo texto que sustituirá al abigarrado conjunto de tratados vigentes hasta la aplicación de esta constitución.
La parte II del texto recoge, y aún supera, todos los derechos fundamentales amparados en nuestra constitución española, que se traducen en abstracto en la defensa de los valores de la libertad, la igualdad, la solidaridad, la justicia y la ciudadanía.
No se puede dar una visión pesimista, independientemente de cual sea la posición de cada uno. Sin hacer un análisis profundo del texto, que no puede ser aquí el objetivo, los principios expuestos no dejan indiferente a nadie; por eso podemos ir a votar con optimismo, en el convencimiento de que estamos contribuyendo con nuestro grano de arena a la consolidación de una gran tarea, intentando ganar altura en Europa, intentando también acercar España al primer plano, parafraseando a Eliseo Álvarez-Arenas en EL PAÍS del pasado 31 de diciembre.
Raymon Aron decía que la victoria del comunismo en China, primera de las creencias esencialmente europeas, ha sido el hecho más significativo del recientemente acabado siglo XX. La consolidación de la Unión Europea debería ser uno de los más definitivos y ejemplares del siglo XXI.
Rafael Gómez Galindo es letrado de la Generalitat Valenciana.
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