Mantas y edredones

Deslucida tarde de toros. Y no sólo por el frío -que fue mucho- y que se hubiera podido soportar con algo de diversión. La casta la pusieron los habitantes de Valdemorillo, que conocedores del aire traicionero que viene de la sierra madrileña, se echaron encima las mantas y los edredones que tenían a mano. Y así cualquiera. Con el ánimo caliente no pusieron freno al triunfalismo y concedieron demasiados trofeos con escasa justicia. Sería para animar a los toreros, aunque el resto del público -que estaba a unos grados por debajo del cero- lo que vio es que los matadores se bastaban solos para jalearse.

La serenidad vino de la mano de Serafín Marín. Inició una faena con estatuarios a un anovillado inválido. Despegado y dando distancia al animal para que tomara aire, realizó tandas basadas en derechazos ligados. Lo hizo con ganas y un poco de teatralidad. Cuando cambió de mano, el noble novillo ya no podía más. Se adornó bien con unas manoletinas de primeros auxilios. Recibió un aviso, mató defectuoso y le dieron una oreja. Sin embargo, el trofeo se lo tenían que haber dado en la última faena de la tarde. No por el desarrollo de las suertes, sino porque abrevió la muerte de un borrego sin paliativos y la congelación sin remisión de los allí presentes.

Saavedra llegó decidio a dejar bien claro que quiere ser un torero de cánones. Con poca fortuna y no tan cerca de la ortodoxia en su primer toro, un sobrero que resultó ser bravo, y al que tenían que mandar. Se dejó llevar en su segundo toro. Demasiado rentable, porque le regalaron una oreja después de muchos enganchones, de sacar naturales al filo del pitón y de olvidarse que precisamente por este pitón el toro transmitía. Dejó un bajonazo escandaloso que hasta el mismo matador se debió sentir avergonzado porque entró de nuevo a matar.

Antonio Ferrera se mostró muy entregado toda la tarde. Puso banderillas con más tesón que acierto. Dejó algunos trincherazos de mérito en su primera faena y los tímpanos destrozados a los toros y a muchos de los espectadores que inundaban el callejón. Banderilleó con muchos aspavientos a su segundo animal, que resultó ser soso y flojo, todo en uno, y si destacó fue porque sacó algo de tan descastada materia.

Un encierro que hace desmerecer la fama que hasta ahora tenía este pequeño pueblo de gran y buen corazón taurino.