Aniversarios

El 250 aniversario del nacimiento de Martín y Soler ha tenido, en la recuperación de este ballet, una de sus celebraciones clave. Sin embargo, el hecho de que se haya realizado en versión de concierto -es decir, un ballet sin baile- dice bastante sobre el interés de nuestros responsables culturales respecto a la música valenciana, especialmente cuando hay que poner dinero para plasmarlo. Las óperas en versión de concierto ya son realizaciones mutiladas, puesto que se las priva del elemento teatral para el que fueron concebidas. Se conservan en ellas, al menos, las voces y el acompañamiento orquestal. Pero los ballets en versión de concierto sufren una doble mutilación: el elemento escénico y, lo que es más importante, la danza. Un ballet en versión de concierto es, la mayor parte de las veces, un disparate, y como tal se vio esta Didone Abandonée. Todo ello no priva del mérito de la recuperación a Giuseppe de Matteis, Juan Luis Martínez y Estil Concertant. Ellos han hecho bien su trabajo: la partitura está recuperada, revisada y trabajada. Ahora sólo hace falta que el público pueda verla bajo la forma en que Martín y Soler la imaginó y la estrenó en San Petersburgo, es decir, bailada.

La delicada música de esta obra, todavía de tipo galante, dista bastante del profundo dramatismo que el Mozart maduro, asentados ya los recursos estilísticos del arte clásico, puso en escena. Tiene sin embargo transparencia y gracia melódica, abunda en lo descriptivo y parece querer servir a esa danza que aquí no tuvimos. La ausencia del baile hacía más necesaria aún, si cabe, la expresividad de la orquesta y el coro. La historia de Dido y Eneas no podía contarse únicamente con la narración de Amparo Ferrer (extraída de la Eneida). Ya que no había bailarines (y aunque los hubiera) para encarnar ante el público el drama que enfrenta a los diversos personajes, se habría requerido de los intérpretes y del director una mayor capacidad para transmitir las diferentes atmósferas que Martín y Soler sugiere, así como los distintos sentimientos que embargan a los protagonistas. Parecen alejarse, por suerte, los tiempos del bombo y platillo donde todo se solucionaba a base de fortísimos destemplados y baratos arranques emocionales. Pero tampoco parece bueno caer en la frialdad interpretativa y tocar igual una fanfarria que una gavotta, no transmitir tensión, por ejemplo, en la lucha entre Eneas y Yarbas o no poner algo de pasión cuando Dido y Eneas se enamoran. En resumidas cuentas: la interpretación fue correcta y ajustada, exceptuando alguna intervención destemplada de las trompas, pero resultó fría. Al no haber bailarines, toda la responsabilidad caía sobre cantantes e instrumentistas. Y es preciso, entonces, poner más carne en el asador.