Abierto en Canal
Si viviera en Madrid (si viviera), María Zambrano estaría cada miércoles, de seis a ocho de la tarde, a la puerta del Canal de Isabel II. Iría acompañada por Rafael Alberti (si viviera). Se les vería llegar de lejos, el cabello y el alma, blancos, cogidos del brazo por la calle de Santa Engracia, lentos, decididos. María llevaría al cuello un fular gris o celeste y Rafael, su bufanda roja de siempre, más necesaria que nunca. Porque a esa hora, en invierno, hace frío a la puerta del Canal. Estos ilustres ancianos se encontrarían allí con Gloria y con Milagros, con Julia y con Rocío, con Alberto y Fernando y María Victoria. Besarían a Juanita. Ellos sí están ahí todos los miércoles, de seis a ocho de la tarde, en una concentración convocada por la Plataforma Gatos y Jardines del Canal, que preside la incansable Gloria Torres. Están ahí desde hace años, con sus cacerolas y su megáfono, en defensa de los gatos del parque del Canal, sistemáticamente acosados, agredidos y exterminados por las autoridades. Gatos como aquellos romanos de los que hablaba Alberti en La arboleda perdida, aquéllos sin los que no concebía Roma y acaso la vida misma, a los que echaba de menos cuando dejó de oír desde su cuarto cómo hacían un amor "lleno de maullidos y silencios impresionantes", aquéllos a los que daba de comer a diario, aquéllos maravillosos que, "coronando columnas y capiteles, sentados sobre los pórticos caídos", admiraba en sus paseos por el Foro Republicano y que Roma considera ahora patrimonio vivo. Gatos como los que en el cementerio de Vélez-Málaga guardan la tumba de la Zambrano, de donde no se han movido desde que llegó allí, quizá avisados por aquellos otros que también ella defendió y alimentó por las calles de Roma y que fueron excusa para su expulsión de la ciudad. Gatos como los que amaba y eternizaba en sus poemas Baudelaire.
Pero ¿sabrá Ildefonso de Miguel, actual gerente del Canal de Isabel II, quién era Baudelaire? ¿Sabrá quiénes eran Alberti y la Zambrano? ¿Acosaría y denunciaría a tan insignes poetas por dar de comer a los gatos del jardín de su competencia? ¿Osaría cerrar herméticamente los 30.000 metros cuadrados de su contorno con unas planchas metálicas que impidieran a estos ilustres alimentar su espíritu y el de la ciudad con la vista del parque y la convivencia gatuna? ¿Se atrevería a echarles encima a la policía local? ¿Se negaría a recibir a Baudelaire, a Alberti, a la Zambrano? Pues bien, Ildefonso de Miguel, o sus secuaces, acosan y denuncian a insignes ciudadanos anónimos cuya única pretensión es defender el derecho a la vida de los gatos de la calle en colonias controladas donde no suponen ningún problema, como el jardín de Santa Engracia; revienta sus concentraciones autorizadas por la Delegación del Gobierno, es decir, conculca sus derechos y libertades públicas; multa a las señoras que ("llenas de ternura y devoción", como las de La arboleda perdida) presuntamente van a alimentar a los gatos. A Juanita (la que besaron al llegar Alberti y la Zambrano) le han caído dos multas de 300 euros. Mientras, de tanto en tanto, el gerente llama a los laceros, captura a los bellos e inocentes gatos en jaulas trampa y los hace desaparecer; o contrata a desratizadoras para que los envenenen como a plagas; o encarga a cualquier desalmado de su confianza que les ponga cepos o los mate a palos. De todo se ha visto ahí.
En 2001, siendo presidente del Canal Carlos Mayor Oreja, se puso en práctica un programa piloto: curaron, desparasitaron, esterilizaron, vacunaron a los gatos y les instalaron unas preciosas casetas de madera en el jardín de Santa Engracia. Pero duró poco esa convivencia justa y feliz. Unos meses después nombraron gerente del Canal a Arturo Canalda, que se negó al diálogo, desmanteló todo y ordenó el exterminio de los gatos: muchos fueron utilizados en pruebas de toxicidad aguda del laboratorio de la fábrica de raticidas. Sufrieron y agonizaron durante meses. Y ahora De Miguel, con unas fantasías chinescas que debiera aplicar en Perales del Río. Pero esta plataforma constituida por 200 personas, en su mayoría vecinos de la zona, no se da por vencida: aguantan, ejercen acciones legales, se querellan contra el Canal, logran recursos de amparo constitucional y, miércoles tras miércoles, heroicamente concentran su coraje y su sensibilidad. Así vencerán. Y algún día los gatos velarán su sueño, dignos y agradecidos.
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