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Columna
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El autobús

Realmente, lo que me ha seducido del debate parlamentario del plan Ibarretxe fue el autobús en el que fueron a Madrid, como si de una final del Athletic se tratara, Atutxa y una serie de parlamentarios nacionalistas. Supongo que los no nacionalistas prefirieron, ya que en nada habían participado en la propuesta del día, no sumarse a la hinchada e ir por su propia cuenta. Pero no pasaba de ahí cualquier semejanza con una final de copa del Athletic. Nuestro equipo, si gana se trae la copa, si pierde nos fastidiamos y esperamos otra ocasión. El noble deporte del balón pie tiene normas de caballeros. No en vano nos lo enseñaron los ingleses, caballeros ellos, en la campa que llevaba su histórico nombre, que hoy se llama Abandoibarra, en una villa liberal rodeada de aldeanería que se dedicaba a correr los mojones de sus tierras todas las noches. Pero la ida a Madrid nada ha tenido de noble, nada de reglas deportivas. Si Ibarretxe perdía, ganaba, porque ya se había corrido el mojón con el simple hecho de llegar al terreno de juego de la Carrera de San Jerónimo. Ya avisó, ya lo sabíamos los avezados del país, que su proceso es irreversible y que habrá consulta aunque haya perdido formalmente el partido.

Supongo que los del autobús volverían a casa animando al 'lehendakari' como si se llevasen la copa
Fue un debate de los clásicos: la arbitrariedad, frente a las reglas del juego

En el debate, pues, hemos visto a caballeros y al representante de los aldeanos. De discurso carlistón calificó Bono el de Ibarretxe, y es que, si alguien hubiera hecho zaping y hubiera visto la guerra carlista en TVE -el momento final del debate coincidió con el episodio dedicado a la primera mitad del XIX en la serie Memoria de España-, se hubiera dado cuenta que se estaba enfrentando el pasado preliberal y absolutista con el racionalismo ilustrado. Por eso el debate fue de gran altura. Un debate de los clásicos: el populismo frente a la ley de la república, la arbitrariedad frente a las reglas del juego. Imponentes Rajoy y Rubalcaba; más limitado, pero preciso en lo fundamental, Zapatero. Identidades frente a ciudadanía.

Pero es igual, seguro que el nacionalismo salió de la partida creyéndose reforzado: en los argumentos, no; reforzado en el victimismo. La compungida cara de nuestro lehendakari lo decía todo. Reforzados en la incomprensión que demuestran los españoles, elemento más que suficiente para mantener el proceso irreversible y utilizarlo como bagaje para la próxima campaña electoral. Para su consuelo, Ibarretxe recibió el apoyo de los radicales nacionalistas periféricos, alguno de los cuales, a pesar de su apoyo al Gobierno, resultó más radical, al menos en las formas y en el lenguaje, que el propio Ibarretxe.

Ha sido todo un acierto que el plan se debatiera en el Congreso, a pesar de que el nacionalismo corriera el mojón hasta allí, porque provocó una respuesta tranquila y de altura que permite observar la estabilidad del sistema que hace veintiséis años nos otorgamos. Ha servido para que cuestiones fundamentales quedaran claras: dónde reside la soberanía, el respeto a la ley, la necesidad del consenso para cualquier reforma que merezca tal nombre. Pero no quisiera olvidar la rotundidad con que el portavoz socialista dejó claro que la reforma propuesta no sólo es del Estatuto, sino de la misma Constitución, desde una perspectiva de naturaleza confederal que nada tiene que ver con la organización de cualquier país existente. Se dieron muchas aclaraciones necesarias.

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Supongo que los del autobús volverían animando al lehendakari como si la copa la llevasen para casa, esperanzados en la victoria total tras la asunción voluntarista y radical del patrimonio de ETA que un día, en Estella, el PNV adoptó; dispuestos a pedir a este pueblo en marcha más entrega frente a la incomprensión de España. Nada ha acabado, pero se ha roto el desasosiego que el silencio de los representantes de la soberanía producía en amplios sectores sociales frente a la extravagancia nacionalista. Y se ha hecho con elegancia y guardando las formas, sin amenazas; que la única fue la de Ibarretxe.

Pero el autobús sigue ahí, sin norma ni límite, saltándose todos los semáforos, con una marcha que sólo puede traernos problemas y hastío.

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