Competitividades varias
Hace unos días se acordó, por parte de los sindicatos, la patronal y representantes del Gobierno de la Generalitat, dar luz verde al llamado Acuerdo estratégico para la internacionalización, la calidad de la ocupación y la competitividad de la economía catalana, o más escuetamente conocido como Pacto por la competitividad. Todo empezó en un aparentemente lejano 17 de febrero de 2004, cuando el recién investido Gobierno de la Generalitat firmaba junto con sindicatos y organizaciones empresariales, un acuerdo para hacer frente a un conjunto de circunstancias consideradas preocupantes para la economía catalana. Recordemos que hace un año apenas si habíamos salido de las graves crisis acontecidas en los pasos iniciales del Tripartito, acentuadas por una imprevista cadena de deslocalizaciones industriales que parecían anunciar deterioros aún más graves en los inmediatos escenarios de futuro. El Gobierno nombró al catedrático de economía de la Universidad Autónoma de Barcelona, Josep Oliver, para coordinar y dirigir ese proceso de concertación, al que se sumaron expertos y técnicos de procedencias muy diversas. Un año después, y pese a la evidente disparidad de intereses de las fuerzas políticas y sociales convocantes, y gracias sin duda a la eficaz conducción del proceso, todos están dispuestos a ratificar solemnemente un acuerdo sin demasiados precedentes, que por otra parte ha ido siendo aprobado en estas últimas semanas por cada organización de manera autónoma.
Es evidente que las condiciones en que se ha ido desplegando la economía catalana en los últimos decenios ha cambiado radicalmente en poco tiempo. La globalización, o como queramos llamar al cambio de época que vivimos, nos ha pasado factura. Ni la industria catalana podía seguir subsistiendo confiando en el mercado interno, ni éramos ya los más competitivos en costes, e incluso muchos habían ido descubriendo que el sol era igual de caliente en otras zonas turísticas más baratas del próximo o lejano mundo. Las recetas encontradas por ese conjunto plural de protagonistas combina en dosis variables imaginación y tradición. Desde mi particular punto de vista, la imaginación está en la parte de transversalidad y del reconocimiento que hablar de personas mayores, de prestaciones sociales, de educación o de discapacitados tiene que ver también con desarrollo económico y con competitividad. La rutina creo que la encontramos en los clásicos parámetros de infraestructuras y servicios complementarios para el desarrollo económico, la formación vista como elemento subsidiario e instrumental del crecimiento económico o la clásica preocupación por la productividad como problema a resolver por los trabajadores.
La combinación de ambas perspectivas, la más estrictamente económica y la de carácter más transversal, no siempre resulta armónica, a pesar de los esfuerzos de quienes han tratado de coordinar y dirigir el proceso de concertación. Podríamos afirmar que es bastante más que un acuerdo económico-laboral de desarrollo económico y es bastante menos que un plan estratégico de desarrollo económico y social del país. Ello puede comportar que recoja críticas desde ambas miradas. Lo más positivo es que apunta hacia lo que entiendo que debería ser la perspectiva de un territorio que quisiera contar con un cierto proyecto propio de desarrollo económico, social y político. Pero, al mismo tiempo, margina o no toma suficientemente en consideración aspectos alternativos de desarrollo económico que entiendo que merecerían mayor atención. Y en esto no pretendo buscar culpables, sino poner de relieve que existen vías alternativas de crecimiento económico que no cuentan hoy por hoy con voces significativas o medios de expresión suficientes en foros como los que el Gobierno de la Generalitat ha tomado en consideración cuando ha impulsado ese significativo e importante acuerdo.
Hay que felicitarse porque en un acuerdo de esas características se hable de conciliar horarios laborales y familiares, y que se apunte a que es muy difícil que una mujer inactiva o en paro pueda enrolarse en un curso de formación profesional que le ocupe toda la mañana si no se le proporciona, al mismo tiempo, una beca de comedor para sus hijos o se modifican los horarios de los cursos para compatibilizar ambas tareas. O que se hable de la importancia de las actividades educativas fuera de los horarios lectivos, y de la importante desigualdad que genera el que unos sectores sociales puedan disfrutar de las mismas y otros no tengan capacidad económica para ello. O que se hable de fracaso escolar y de planes especiales para alumnos con dificultades educativas especiales. En el acuerdo se concretan significativamente elementos de ayuda a personas "en situación de dependencia", y se reafirma el compromiso de realizar un muy necesario Plan de Inclusión Social de Cataluña. Pero todo ello aparece siempre situado de manera subsidiaria, o periférica a la retórica productivista dominante.
Digámoslo claro. Se nos recuerda que si Cataluña no tiene suficiente productividad, o si nos falta competitividad, el problema reside en nuestras propias actitudes o carencias. La concepción de desarrollo económico que implícitamente está en la base del acuerdo no cuestiona en momento alguno que el mercado siempre tiene razón, y probablemente no era posible que fuera de otro modo. No hay referencia alguna a la llamada economía social (a pesar de que en el acuerdo del Tinell algún elemento de carácter general se mencionaba). No encontramos referencias a vías nuevas de desarrollo económico basadas en elementos de sostenibilidad, o a formas crediticias innovadoras que posibiliten proyectos alternativos a las estrictas y cada vez más exigentes dinámicas de mercado global. Sin duda me estoy refiriendo a otro acuerdo. Por tanto, no quiero con estas notas menospreciar o reducir la evidente significación e importancia del pacto suscrito. Simplemente recuerdo que no hay una sola manera de ser competitivos, ni una sola manera de referirnos al desarrollo económico. Me gustaría que en el futuro fuéramos capaces de alcanzar un pacto por una economía que produzca sociedad y no sólo utilidades económicas. Una economía al servicio de la gente y no una gente al servicio de la economía.
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