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"Estamos muy preocupados"

Salomón Josep Audu huyó del horror de Liberia, donde la guerra le arrebató a sus padres y él perdió cinco años de su adolescencia en el campo de batalla. Hoy tiene 22 años y desde hace dos, vive en Bilbao. Su vida es "muy dura" pero, no se queja. Quizá, sea la costumbre del horror. "Me gusta la ciudad; estoy contento", dice con suavidad, en un español aún insuficiente para expresar sus sentimientos.

Sigue un curso de dos años para convertirse en soldador y ya sólo le quedan tres meses para obtener el título. Al mismo tiempo, desde hace un año y tres meses limpia las dependencias de una ONG y tiene un contrato. Es un refugiado político y ha conseguido el pasaporte nigeriano, lugar de nacimiento de su padre, ante la imposibilidad de obtener el de su país de origen. "Estoy preocupado. Todos los días, pensando. Y solo, muy solo". Pero, se agarra a lo único que le queda, la esperanza. Después de vivir ocho meses en un piso de la Cruz Roja, comparte habitación en uno de acogida en el Casco Viejo por 90 euros al mes. En cuanto se abra el plazo, Salomón presentará todos los documentos que acreditan su derecho a vivir sin miedo.

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Rubiela, Rubi, Muñoz León, de 38 años, también procede de un lugar donde la muerte pisa los talones. Es de Jamundí, un municipio de la ciudad colombiana de Cali. Y, como todos los inmigrantes, recita con exactitud el tiempo que lleva fuera de su país: "tres años y dos meses". Vive con dos hermanos y se gana la vida limpiando por horas dos casas, en Neguri y Gobelas, en Getxo. Una de las familias le va a contratar, lo que le posibilitará acceder a la regularización, ya que a los inmigrantes que trabajan en el servicio doméstico, cobrando por horas, les basta con acreditar que disponen de contratos por un total mínimo de 30 horas semanales por un periodo no inferior a seis meses. "Estoy preocupada y asustada. También esperando. Algunas personas son buenas. Pero todo es muy duro y difícil. Pedí el certificado de penales hace un año a Bogotá y todavía no me han contestado". Pero, por encima de todo, de la seguridad laboral y de dejar de ser una sin papeles, Rubiela tiene un objetivo en su vida, ahorrar y regresar a su pueblo para abrazar a sus hijas, de 15 y 9 años. Ya no puede con tanta ausencia.

"Quiero estar con ellas y eso no tiene precio. Después, quiero traerlas aquí porque casi no duermo pensando en las niñas. Las navidades pasadas fueron muy tristes, me tumbaba y lloraba. Tuve una gran depresión", cuenta.

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