Crítica y literatura
Vuelve Ignacio Echevarría, y vuelve para arremeter contra Juan Goytisolo salvándose a sí mismo [Cartas al director del pasado sábado]. Dice cosas, pero lo que no dice es que la mejor crítica literaria, la que perdurará, no es exactamente la que él hizo durante 14 años. La mejor añade, suple, completa, aclara o enmaraña las cosas, se sube a lomos de las obras de creación y trata de ver más allá, de divisar lo que los propios escritores vieron o no vieron o expresaron metafóricamente. Desde ese punto de vista, es creación y es rigor. O, por decirlo con Nabokov, gran analista literario, amante de las paradojas y celebrado narrador: debería escribirse la crítica con la frialdad del poeta y la pasión del científico. Hay, sí, algo de poeta y de científico en quien se asoma con humildad y con júbilo a la lectura, porque sabe que no puede pronunciarse acerca de todo y sobre lo que quiera, porque sabe que no puede tomar la obra como mero pretexto para decir otras cosas ajenas al texto, pero porque sabe también que el libro al que rinde tributo o examina es un acicate, un estímulo para la imaginación, una fiesta de los sentidos a la que el analista está convidado. Por eso, no es que al crítico deban imponérsele límites, ciertos peros a su libertad de expresión; es que el crítico, como lector influyente, debe obrar con responsabilidad y con júbilo, con entusiasmo. Lo demás es meramente alimenticio o repetidor o avinagrado. El problema no es el modo de operar EL PAÍS, en concreto, claro que no; el problema es cuando los periódicos, todos los periódicos, encargan libros a sus críticos de plantilla al margen del entusiasmo que las obras provoquen en esos lectores privilegiados e influyentes, dinámica que se ha impuesto y que tantos aceptan. ¿Fue ése el caso de Ignacio Echevarría.
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