Lo aparente y lo real
Decía Antonio Machado: "A distinguir me paro las voces de los ecos".
En la política ocurre algo similar, una cosa es lo aparente y otra muy distinta lo real. Habitualmente, al ciudadano se le da lo aparente mientras que lo real hierve en las cocinas de Palacio.
La información se dosifica y los grandes pactos son imágenes superpuestas, montadas para el aburrimiento del buen quehacer de los reporteros gráficos. El guión lo conocen bien todos los actores, y el que quiera seguir en la obra no puede salirse de él, ni siquiera improvisar. Desde esa visión del mundo, todo es plano, lineal, aburrido, irracional.
Lo real siempre termina desbordando a lo aparente y trae con ello grandes sobresaltos, sofocos, taquicardias y hasta alguna angina de pecho, y entonces echamos mano del almanaque: 1978, 1982 o, ¿por qué no?, 1936. No se puede sustituir a una matrona por un sastre, ni idiotizar a los de a pie, porque los uniformes terminan rompiéndose, por muy buena que sea la tela.
Señores directores de la farsa, lo que llevan ustedes en los bolsillos es la paja. El grano está todavía en la era.
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