Nonagenarios
El pasado lunes, 24 de enero, los periodistas de Madrid celebramos la fiesta de su patrón, san Francisco de Sales. En la iglesia del santo, en la calle de San Bernardo, se dice una misa a la que no suelo asistir, no por convicciones espirituales, sino porque la reunión posterior tiene lugar en un hotel bastante alejado de aquel lugar y la combinación de los medios urbanos de locomoción es complicada. Los periodistas, quizás por esencia, somos poco societarios y la pertenencia a la Asociación de la Prensa va relacionada con sus excelentes prestaciones sanitarias y asistenciales. Esto no obstante, las periódicas elecciones de su junta directiva son a veces enconadas y sañudas. En la actualidad, según nuestro último Boletín, somos 5.749 asociados, de los cuales, en la lista de altas más reciente, casi el doble son mujeres (78 por 42), tendencia que viene creciendo de año en año.
Luego, a las 13.00, nos reunimos en los salones de un hotel y tras entremezclarnos y saludarnos los viejos con terminal afecto y una copa en la mano (brindando con el siempre animoso Pedro Crespo de Lara, y otro Pedro Crespo, gran especialista en cine y otras humanidades) pasamos a un gran comedor capaz para unos 400 comensales, que son los que presuntamente han confirmado la asistencia. El precio a pagar por el ágape es de 30 euros, de lo que estamos exentos quienes permanecemos en la Asociación más de 50 años. Esto me lleva, sin ánimo de despertar concupiscencias, a considerar la cantidad de privilegios y franquicias que proporciona la vejez y que los jóvenes ignoran.
Se ha instalado en los hábitos sociales la costumbre de invertir el orden de las ceremonias y quizás con el ánimo de que los mensajes y discursos sean obligatoriamente escuchados, tienen lugar antes de servir los platos. La actual directiva, cuyos componentes prestan gratuitamente sus servicios a la comunidad, no para de inventar atractivos y, para implicar a la gente joven, lleva desarrollando un programa de primer empleo y en esta ocasión que reseño se libraron los correspondientes certificados a 24 colegas debutantes en la profesión. Después se entregaron los diplomas de asociado de honor a quienes celebraban ese medio siglo de cotización, que este año fueron seis: Pilar Narvión, notable maestra en la corresponsalía extranjera; Ignacio Arroyo, Arcadio Baquero, José Baró Quesada, Antonio San Antonio y Andrés Travesí. Luego galardonaron a 10 personas, una perteneciente al género femenino, que prestaron servicios estimables a la Asociación y, por fin las grandes estrellas de la velada: los 23 compañeros que han pasado la barrera de los 90 años y siguen entre nosotros. Es reconfortante, palabra, aunque aún nos falte apenas un quinquenio para alcanzarles. Entre ellos, tres mujeres: la que bien recuerdo como colega en el diario Madrid, Juanita Espinós Orlando, que ya ha cumplido 96; Pilar de Abia, con 91, y Alicia Mate, con 90. Entre ellos, encabeza la lista Francisco Ayala, con 98, y recuerdo como próximos en el trabajo o la amistad a Gregorio Parra, Manuel Cerezales, Manuel Augusto García Viñolas, Enrique Miret, Vicente Cebrián Carabias, hecho un pimpollo (90 años), Santiago Carrillo y Carlos Pujol Raes, de quien guardo un especial y grato recuerdo de mi paso por aquel diario Madrid que creó y dirigió su padre, don Juan Pujol.
Algunos no pudieron ir a recoger la distinción, porque su estado de salud no les permitía tan prolongado festejo, por eso creo que fueron más los presentes que los ausentes. Aquello, se lo aseguro a ustedes, me conmovió y rejuveneció, porque salía de la atmósfera que se ha convertido en habitual: ser el más anciano de la reunión. Allí había historia vivida del periodismo que he conocido y la no despreciable posibilidad de llegar a esas cotas vitales. Me pareció algo incongruente que a los veteranos les regalaran un reloj, que es algo que utilizamos poco, salvo para saber cuándo hemos de tomar ésa o aquella pastilla. Largo ceremonial, previsto en la convocatoria que señalaba las tres menos cuarto como hora de empezar el almuerzo. Una profesión aperreada, difícil, a veces insalubre y peligrosa, ribeteada de algunos éxitos y muchas contrariedades. Pero ahí los tenemos, raspando el siglo de existencia. A mi compañero de la derecha en la mesa, le susurré que, en lugar del apreciable obsequio mecánico quizás sería mejor sortear entre los veteranos una esquela en diario de gran circulación. Cuestan un potosí.
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