Los nombres en la historia
El nombre de Dennis Oppenheim (Electric City, Estados Unidos, 1938) aparece mencionado en una infinidad de textos que tratan sobre las muy diferentes tendencias que surgieron a finales de los años sesenta en Estados Unidos. En este sentido, puede ser considerado un artista "histórico" ya que es mencionado junto a aquellos que practicaron por primera vez el arte conceptual, los earthworks, el "arte de proyectos", el objetualismo pop y el "arte público", sin embargo, será necesario matizar el concepto de "historia", esa losa que los artistas norteamericanos quisieron sacudirse de encima inventando todos estos nuevos géneros que sucesivamente ha ido practicando Oppenheim, y el papel que en ella pueda tener este inconstante artista que ha fluctuado de un género a otro, sin fijar un tipo de obra que le caracterice, desplazándose desde lo conceptual a lo objetual y desde la identidad personal al espacio público. Obviamente, este nomadismo no es un reproche, la versatilidad y la inquietud pueden ser virtudes frente a la comodidad de la repetición de un modelo o el enrocamiento en un único tipo de obras.
DENNIS OPPENHEIM
Círculo de Bellas Artes
Alcalá, 42. Madrid
Hasta el 16 de febrero
Esta exposición, que es una
selección con voluntad de antología, podría aclarar cuál es la situación del artista en el panorama del arte contemporáneo ya que muestra algunas obras de aquellos primeros años heroicos, en torno a 1968, en las que se reconoce a un Oppenheim desinhibido que elabora conceptualizaciones en torno al papel del arte y que proyecta utópicas máquinas y artilugios, a un artista capaz de olvidar la historia para crear un mundo nuevo que se apoya en la ideación de construcciones y máquinas fantásticas.
En los siguientes pasos se encuentra a un artista que parece desear el éxito reclamado por Warhol, lo que se traduce en una objetualización de la obra que se manifiesta a través de la reproducción de utensilios y animales, realizados en fibra de vidrio y en otros materiales de uso cotidiano, y una tercera etapa en la que, siguiendo los pasos de Claes Oldenburg, agiganta los objetos e invade con ellos el espacio público de calles y plazas con desmesuradas estructuras anecdóticas e incidentales.
La desafortunada instalación que presenta esta exposición, en la que las obras aparecen revueltas y amontonadas, interfiriéndose visualmente unas a otras, no ayuda precisamente a comprender cuál puede ser la contribución de Dennis Oppenheim al arte contemporáneo ni qué valor intrínseco poseen sus proyectos de la primera época.
Sin embargo, encontrarse cara a cara con aquellas obras, tan publicitadas en artículos, monografías y manuales, sirve para desmitificar a personajes que la historiografía deberá ya ir situando en su justo lugar como epígonos en aquellos grandes movimientos que convulsionaron los principios del arte.
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