Moriscos españoles

Nuestro paisano irlandés, Ian Gibson (EL PAÍS, 25/01/05, Pág. 2), ha vuelto a poner el dedo en nuestra conciencia colectiva al señalar la deuda de perdón histórico que España aún debe a los moriscos por la atroz injusticia de su expulsión en torno a 1610. Por motivos religiosos y xenófobos, elementos del clero y de la jerarquía, entre los que destacaba el santo Juan de Ribera, virrey de Valencia, consiguieron de Felipe III el decreto de destierro perpetuo de esa parte de la población española que convivía como vecinos con los cristianos viejos y menos viejos, según se refleja en el Quijote. Cierta parte de la crítica aún sostiene que Cervantes era partidario de la expulsión de los moriscos, episodio que es el único de palpitante actualidad que irrumpe en la inmortal novela; basta leer con las suficientes entendederas para percatarse de la humanidad y de la siempre velada crítica con que se refiere aquella canallesca "solución final". Más aún, la elección del onomástico del morisco vecino de Sancho Panza, Ricote, plasma la tragedia de los mudéjares del valle de Murcia del mismo nombre, cuyos habitantes estaban plenamente integrados desde el siglo XIII, y por tal motivo consternó, si cabe más hondamente, la conciencia nacional. Cuando se ha propuesto una "alianza de civilizaciones", convendría ir preparando una petición institucional de perdón a los moriscos y mudéjares españoles, que tan injustamente dejaron de serlo.