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Reportaje:

Un recaudador que acabó en la cárcel

La vida de Miguel de Cervantes estuvo marcada por su paso por distintas ciudades andaluzas

"A la entrada de la ciudad (...) no se pudo contener Cortado de no cortar la valija o maleta que a las ancas traía un francés de la camarada [grupo de personas que viajan juntas]", relata Miguel de Cervantes en Rinconete y Cortadillo. En efecto, el simpático ladronzuelo entra en la Sevilla del Siglo de Oro siendo fiel a las trampas de su oficio. La narración recorre un territorio muy bien conocido por Cervantes. No en vano Andalucía fue un espacio decisivo en una vida marcada por contratiempos y dificultades. El cuarto centenario de la publicación de la primera parte del Quijote, que se celebra este año, trae a la actualidad las tribulaciones que vivió el escritor por tierras andaluzas.

Cervantes despertó una clara animadversión entre los vecinos de Écija

Cervantes, que nació en Alcalá de Henares en 1547, pasó su infancia y primera juventud en Córdoba y Sevilla. Fue, precisamente, en esta segunda ciudad donde empezó a escribir sus primeras obras dramáticas. A principios de 1565 la familia regresó a Alcalá de Henares. De vuelta en Sevilla, el padre del escritor se vio envuelto en un proceso judicial por deudas. En 1566 los Cervantes se instalaron en Madrid. Tres años más tarde se levantó orden por la que se decretó prisión para el estudiante Miguel de Cervantes debido a un duelo en el que hubo un herido. Cervantes huyó a Sevilla, de donde partió para Italia.

En 1571 combatió en la batalla de Lepanto. Cuatro años más tarde fue encarcelado en Argel. Quinientos escudos de oro se pagaron por la liberación de Cervantes en 1580. De vuelta en Madrid en 1582, intentó sin éxito ser enviado a las Indias. En 1584 se casó con Catalina Palacios. Tres años más tarde el escritor -en 1585 había publicado La Galatea- andaba por Sevilla ocupado en el aprovisionamiento de víveres para la Armada Invencible. Andalucía fue a partir de ese año escenario de las zozobras de Cervantes.

En Sevilla obtuvo un empleo de recaudador bajo las órdenes de Diego de Valdivia. Su trabajo consistía en requisar trigo y aceite para el abastecimiento de la campaña naval que se preparaba contra Inglaterra. Su primer destino fue Écija. A los campesinos no les gustaba demasiado entregar su trigo. Les avalaban dos razones de peso: la pobre cosecha de ese año y la escasa formalidad del posterior pago de la mercancía, que solía retrasarse varios meses.

Las constantes negativas de los labriegos llevaron a Cervantes a confiscar el trigo. "Su estancia en Écija no paso inadvertida; su rigurosa actuación en los embargos le acarreó una especial hostilidad en el sector eclesiástico hasta el punto de que llegó a ser excomulgado por el Arzobispado de Sevilla al no efectuar los pagos a su debido tiempo", relata Marina Martín, jefa del Archivo Municipal de Écija, que guarda un valioso documento cervantino.

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"Asimismo, la animadversión que despertó desde un principio entre los vecinos de Écija fue clara. Incluso a fines de 1588 un regidor del cabildo ecijano acusó a Cervantes de sacar más cantidad de cereales de la que montaba el repartimiento, falacia que fue desmentida gracias a las certificaciones que él mismo presentó y que llevaron al cabildo municipal ecijano a calificar de 'recto' su proceder", señala Marina Martín.

El Archivo Municipal de Écija conserva un documento que lleva la firma de Cervantes. Se trata del acta capitular de 10 de febrero de 1589 en la que se ordena a Cervantes que presente relación certificada del trigo, cebada y aceite que estaba sacando a los vecinos a fin de comprobar si las cantidades se ajustaban a lo concertado o si se excedía en el acopio.

Cervantes también se granjeó la antipatía de los campesinos de la villa cordobesa de La Rambla, donde volvió a aplicar medidas represivas de arresto y cárcel. El vicario general de Córdoba le excomulgó por esto. Las preocupaciones no le dejaban vivir en paz. No le llegaba el salario y las deudas adquiridas con los campesinos pendían como una espada de Damocles.

En 1591, fue destinado a Jaén. Allí, el ayudante de Cervantes cometió un atropello en las requisas realizadas a un campesino. Cervantes fue considerado responsable. El escritor volvió a Sevilla y, posteriormente, fue encarcelado por orden del corregidor de Écija. Cervantes fue liberado y compareció en Madrid, donde el Consejo de Guerra prestó su apoyo a su causa. De vuelta en Sevilla, no comenzó de nuevo su trabajo hasta el verano de 1593.

Establecido en Madrid junto a su esposa, en 1594 se le propuso un viaje a la provincia de Granada con el fin de cobrar dos millones y medio de maravedís por tasas atrasadas. Después de encontrar un avalista y de incluir en la fianza sus bienes y los de su mujer, partió de nuevo hacia Andalucía. Su estancia en Granada alimentó su interés por los moriscos y los gitanos, que quedó reflejado en su obra.

Los problemas de dinero volvieron a aflorar. En 1597 la Audiencia de Sevilla le comunicó una orden de comparecencia, en la que se le informaba de que tenía obligación de liquidar sus cuentas. De lo contrario, daría con sus huesos en la cárcel. La peor de las posibilidades se hizo realidad. Cervantes ingresó en la Prisión Real de Sevilla, la ciudad que acogía el tráfico de Indias y en la que, tras el imán del dinero, se arracimaban delincuentes de todas las categorías.

Su conocimiento de hampones y pícaros en Sevilla tuvo un resultado sobresaliente en su escritura. Su estancia tras las rejas se desarrolló en dormitorios comunes. En la cárcel se veía obligado a engullir bazofia para no morirse de hambre. Cervantes puso todo su ahínco en que se le hiciera justicia. El autor envío una carta al rey Felipe II dándole cuenta de lo irregular de su condena. A finales de 1597 el juez recibió la favorable contestación de Felipe II. Cervantes recobró la libertad. La cárcel pudo propiciar que allí se trazaran los primeros esbozos del Quijote. Cervantes continuó en Sevilla con sus sempiternos problemas de dinero. Cuando la peste negra amenazaba Andalucía en el verano de 1600, Cervantes partió rumbo a Toledo. Fue su despedida de Andalucía.

Córdoba y Sevilla

Córdoba y Sevilla marcaron la infancia, la adolescencia y la primera juventud de Miguel de Cervantes. Rodrigo, el padre del escritor, marchó a Córdoba en 1553. Tras establecerse en la ciudad, Rodrigo decidió traer a su familia. Fue en Córdoba donde Miguel inició sus primeros estudios. En la ciudad andaluza aprendió a leer y escribir en la academia de Alonso de Vieras. Posteriormente, estudió con los jesuitas cordobeses. El teatro de títeres y las representaciones ambulantes de Lope de Rueda ejercieron sobre aquel chico aficionado a la lectura una atracción que no dejó de crecer con el tiempo.

Tras la muerte de sus abuelos paternos, Miguel y su familia se establecieron en Sevilla. Miguel tenía 18 años y continuó sus estudios con los jesuitas sevillanos, donde tuvo como maestro al padre Acevedo, autor de comedias que eran representadas por los alumnos ante la alta sociedad. Esta influencia fraguó con el recuerdo que le habían impreso los pasos de Lope de Rueda hasta consolidar su amor por el teatro. Fue en Sevilla donde Cervantes comenzó a escribir sus primeras piezas dramáticas.

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